Sucumbimos a la impronta de nuestras emociones y, al hacerlo, regresamos a la transparencia de la infancia, aunque la adultez no se avenga por compostura social a tal espontaneidad superlativa. Por ello, y para no ser unos inadaptados, nos apresuramos a plegarnos al postureo que exige nuestra “madurez” cediendo al raciocinio el mando de lo que supura del corazón.
E-mociones
Publicado por Ana de Lacalle
Escritora alacallefilosofiadelreconocimiento.com Ver todas las entradas de Ana de Lacalle