Recupero una breve reflexión del 2018, revisada Desvelar las condiciones en las que alguien existe y es, traspasando los límites de la función o representación que durante años adoptó respecto a nosotros, puede constituir una experiencia convulsiva, paralizante y, en algún caso, cierto grado de reconciliación entre lo que mostró y lo que es. Una
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Ayer, experimenté un efecto diabólico que, quizás porque rebusco donde nada hay, me dejó algo perpleja. Publiqué en este blog una entrada sobre las “Pérdidas” que tan solo tuvo unas horas de vida, porque la estupidez informática provocó su pérdida, con lo cual supongo que algunos os topasteis con el mensajillo de “no se ha
Hay arrebatos letales que nos degradan para yacer encapsulados en una guarida inaccesible. Solo desde ese resguardo nos es posible impostar lo que los otros desean que seamos, más allá de quien se amague tras esa pose confortante. No resplandece lo que mediocremente somos, sino la impostura que lo otro anhela vislumbrar. Agotados, por tanto,
El Otro puede mutarse antagónicamente ante nuestra turbada mirada, oscilando peligrosamente de su ser benigno a una nebulosa impostura amenazante. Esta metamorfosis, a veces casi repentina, puede ser un delirio de nuestra mente atormentada o, aunque parezca extraño, ser el resultado fáctico de quien finge y olvida quién es ante cada otro con el que
Sucumbimos a la impronta de nuestras emociones y, al hacerlo, regresamos a la transparencia de la infancia, aunque la adultez no se avenga por compostura social a tal espontaneidad superlativa. Por ello, y para no ser unos inadaptados, nos apresuramos a plegarnos al postureo que exige nuestra “madurez” cediendo al raciocinio el mando de lo
La alteridad exige la impostura, porque nadie puede mostrarse ingenuamente sin disfraz, a menos que asuma el riesgo de ser vituperado y humillado.
Es tremendamente duro reconocernos incapaces, pero mucho más digna la ineptitud que la impostura.
Mediante el lenguaje se establece el entramado del discurso políticamente correcto, representando el pensar dominante sobre la naturaleza de las cosas. De ahí emana la opinión pública sobre lo que es lícito o no decir, respecto de lo que debe elevarse una llamarada popular, también en las redes sociales, o lo que se asienta amablemente
Carentes de la osadía de la veracidad, transitamos chapoteando para no sucumbir a un lodazal insuperable. Así creemos vivir con cierta dignidad, porque escondidos tras la ambigüedad de las medias acciones, nuestra persona queda diluida en el fantasmagórico escenario de la impostura. La virtud es el canto añejo de los trasnochados, que desubicados se acunan
La generosidad que no brota espontáneamente, no es más que una impostura propia de hipócritas.