«De la nada, nada surge»

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El principio griego “de la nada, nada surge” podría extrapolarse a la dinámica de la mente humana. Desde que nos traen al mundo se inicia un proceso de incorporación de experiencias, progresivamente más complejo, que forja nuestra subjetividad y, por ende,  la manera en que interaccionamos con lo Otro. Lo no recibido, lo no vivenciado constituye ese no-ser de los antiguos, del cual no puede fluir el ser, es decir si no se recibe cariño –no-cariño- es imposible destilarlo –cariño- Partiendo de estas premisas se torna harto paradójico el hecho de que individuos, ajenos a determinadas vivencias, busquen aquello de lo que carecen –no-ser- cómo si tuvieran intuitivamente la noción de que debe haberlo, y debe poder ser recibido. Haciéndose, de esta forma, patente la versión de Heráclito de que los contrarios son en cuanto se niegan y se proporcionan mutua identidad. Así, cualquier carencia constituye una vivencia en cuanto es sentida como falta de algo que, aunque indefinido e impreciso, se tiene cierta noción. En resumen, parece que negarnos una experiencia consiste en posibilitarla en circunstancias más favorables, ya que no cesaremos de aspirar a ella.

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