Es irrelevante cómo transitamos en la perenne búsqueda del sentido. Qué devaneos, estrategias o pericias perpetramos en la ansiada delimitación de nuestro por qué y para qué. Lo sustancioso es en qué consiste esa acotación: si en el desvelamiento de lo que hay, o en la generación de lo que no hay.
Ahí reside la trascendencia de esa indagación, porque si no habiendo, nuestro propósito es revelar la nada, decaeremos extenuados y des-almados, en un vano esfuerzo vacuo. Si, por el contrario, nos afanamos en demarcar un sentido que subjetivamente otorgamos, aunque eso no confiera en sí mismo absolutamente nada, será válido en la medida en que, reconocido como propósito o fin, temple nuestra urgencia de no vagar en una nada angustiante y devastadora.
Ante lo incognoscible o quizás lo irreal, el pragmatismo de hallar lo que nos apacigüe y nos permita conservar la existencia, viviendo, sea acaso lo más deseable por su eximia adadptabilidad.