Desahuciados por la inanidad acomodada como una epidermis propia, respiramos por respirar, con una inercia vegetativa que nos mantiene aquí; casi como estoicos insensibles al acontecer: apáticos, indolentes, desidiosos. Así, per, permanecemos sin vivir, como un cántico a la ausencia que nos ampara. Quizás, resurjamos un día para perecer con la absoluta convicción de que estar, por estar, es un gesto pavoroso carente de porvenir.