Más sobre pandemia: el silencio, reflejo del esperpento.

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Imagen de EL ECONOMISTA.ES

El trayecto que estamos recorriendo con la pandemia —es imposible zafarnos del discurso recurrente sobre ella— está adquiriendo tintes progresivamente más esperpénticos. Acaso Valle-Inclán diría que no, que el covid19 solo es el espejo donde se está reflejando el auténtico modo de vida al que se nos está arrojando, como personajes cosificados y a los que parece que se nos desea estrujar el alma.

Si la distancia y el aislamiento social y el confinamiento se nos imponen como herramientas indiscutibles para velar por nuestro derecho a la salud, y están socavando vínculos, generando desconfianza y acostumbrándonos a vivir de una forma que, por cultura, no nos pertenece, hay que añadir a esta rareza en las relaciones sociales, ahora, el silencio.

Sí. Al menos en Barcelona en los transportes públicos se pide a la gente que, además de llevar la mascarilla y mantener esa distancia anunciada mecánicamente con cinismo —porque van repletos de individuos que no pueden evitar el roce, a causa de que no parece rentable económicamente aumentar la frecuencia de paso para que autobuses y metros vayan más vacíos—se suma la recomendación de no hablar y permanecer en silencio. Así que, ya no solo no nos abrazamos o besamos al vernos, si no que empiezo intuir que nos prohibirán hablar, al menos en los sitios cerrados.

Tal ocurrencia, teniendo en cuenta que para algo llevamos la mascarilla (¿?), no solo es esperpéntica, algo que traspasa el límite de lo razonablemente exigible y, por ello, absurdo, me resulta atroz. No sé cuántos habrán padecido el virus y cuántos se habrán quedado por el camino asfixiados y sin oxígeno, pero me temo que las secuelas en la salud mental de las personas permanecerán más allá de la pandemia y alterará durante tiempo —hasta que seamos capaces de olvidar, que en eso los humanos somos expertos— los hábitos de relación social, los sentimientos de soledad que se han agudizado y mucho. Quizás los que se salven del virus acabarán muriendo de tristeza y vacío. Y solo estoy considerando a los que, aunque padezcan también la debacle económica, pueden aún mantenerse a flote.

Me resulta paradójico que el gobierno catalán que tanto ha clamado por la libertad de opinión y expresión nos mande callar, de un plumazo. Todo para no poner a disposición de los ciudadanos, que no tienen más opción que usar el transporte público —sí, ese que antes era mejor y más sostenible— , las condiciones de higiene y protección de la salud que se exige a otros sectores  que se hallan en estos momentos clausurados, cuando superan en seguridad y medidas de protección de largo al mal servicio del transporte. Las incongruencias me estallan en la cabeza y supongo que me producen la misma rabia, impotencia y dolor que a muchos otros ciudadanos.

Sinceramente, que se callen ellos, que los ciudadanos más humildes ya llevan una carga excesivamente pesada como para que gestionan ahora la crisis, mejor que el Estado Español por supuesto, se descuelguen con más control y presión de la que una persona puede llegar a soportar.

Entiendo que, o se encuentra un equilibrio entre el derecho a la salud y el mismísimo derecho a la subsistencia o muchas de estas medidas les van a estallar en la cara como un bumerán.

Es fácil hablar de gobernar cuando existe el recurso ya persistente de responsabilizar a otros de todos los males, pero más difícil es hacerlo sin acabar cayendo, como otros han podido hacerlo, en una inculcación de derechos muy básicos y en este aspecto el gobierno catalán, como era de esperar, no se queda atrás.

Quiero clarificar, por si mi pasión ha dado lugar a la distorsión, que no está explícitamente prohibido hablar en el transporte público, solo empieza a recomendarse. Pero como sabemos que los malabarismos jurídicos que se hacen para justificar decisiones que consideran innegociables son de la más elevada distorsión, empieza a temblarme la voz ante la posibilidad de que esta nueva recomendación se convierta en una prohibición en toda regla. Seguramente alguien aducirá que eso legalmente no pueden hacerlo porque no tienen las herramientas jurídicas. Sí, eso ya lo he oído antes, y creo que la pandemia ha puesto de relieve las grietas no solo de la democracia si no del mismísimo Estado de Derecho.

Si el refrán dice “no digas que de esta agua no beberás”, yo lo adapto y palpita con brusquedad la idea de que “no digas que esto no sucederá”

Plural: 2 comentarios en “Más sobre pandemia: el silencio, reflejo del esperpento.”

  1. Brillante tu entrada, por tu narrativa por lo que sucede desde tu análisis crudo de la sociedad española y en general, en esta rara actualidad! Pero sabes Ana; sabes soy de aquellos que desde diciembre en que se propago la noticia, es un ferviente creyente de que el «virus rabioso» no salió de la nada -teorías conspirativas mediante-. Sabes del poder económico central, que esclaviza y subordina a los países a su gusto y placer, asociados a los apátridas que todos tenemos. Un cálido saludo.

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    1. Yo tben estoy convenvida q salió de un laboratorio y los virólogos q trabajan tben – esto información privilegiada- si se expandió, o se escapó antes de lo previsto o en el lugar equivocado.. Ni idea,y no creo q esto sea conspranorio, sino un rato de reposo analizando el puzzle… Saludos

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