La provisionalidad de la ciencia, las dudas sobre las vacunas -un recorrido sobre el conocimiento-

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El lenguaje no es un atuendo que se ha ajustado como un guante al pensamiento. Al ser simbólico es pensamiento y, en este sentido se pueden considerar dos aspectos de una misma realidad, por cuanto sin esa relación simbiótica ni uno ni el otro serían lo que son.[1]

Esta constatación exige una reflexión sobre cómo se conforma el uno al otro, pero también cómo se limitan y se distorsionan.

Diríamos que, sin lenguaje, no hubiese emergido lo que hoy conocemos como el sujeto moderno, una autoconcepción del humano occidental de sí mismo como el núcleo a partir del cual construimos el mundo. Es decir, se produce una distancia entre la cosa y el sujeto que pasan a ser realidades diferenciadas, y a partir de la cual se considera, a resultas del análisis sobre cómo conocemos lo externo, que es el sujeto el que produce ideas o representaciones sobre lo que denominamos mundo. Así, el desplazamiento del problema del ser por el sujeto origina que lo problemático sea si esas ideas generadas por el sujeto se corresponden o no con lo real.

Aquí aparece como relevante, y prescindo ahora del proceso histórico que tuvo lugar al respecto, el lenguaje ya que sin la idea o el concepto, o sea el significado unido a un significante, no hubiera sido posible la disquisición teórica y abstracta que ha permitido crear sistemas teóricos que han servido de referente para entender hasta qué punto el sujeto conoce lo real, o sobre si su representación de este carece de criterio que nos proporcione cierta fiabilidad, sino certeza sobre la adecuación de la idea y lo real.

En este punto, cabe contrastar la concepción optimista cartesiana – garantizada por un Dios bondadoso que no puede engañarnos- que concibe una serie de ideas verdaderas por ser evidentes y a partir de las que se elevará el edificio del supuesto saber, con el criticismo kantiano que concluye que el sujeto construye el objeto de conocimiento limitado por sus condiciones de posibilidad de captar el mundo mediante la percepción, lo fenoménico. Por el contrario, recordemos que para Descartes esas ideas indudables se corresponden con la estructura de lo real y son el fundamento de todo conocimiento derivado con un método equivalente al matemático que nos conduce a otras nociones igualmente verdaderas, en sus términos, que representan fielmente lo real.

Mas lo que aquí nos interesa es constatar cómo el uso del lenguaje como única forma de teorizar, sea a partir de la experiencia o no, se erige en el marco de pensamiento a partir del cual interpretaremos la realidad, o el mundo fenoménico,…Es decir el lenguaje nos permite mediante el uso de conceptos —significante + significado— construir sistemas teóricos que nos permiten entender el mundo, pero sin ninguna certeza de que ese corpus teórico esté explicando adecuadamente el mundo.

Lo expuesto tiene consecuencias importantes para lo que será el conocimiento científico, por cuanto la búsqueda de un sistema de contrastación de las hipótesis será la equivalencia de esa búsqueda previa del criterio de verdad de las ideas. Si no fue posible identificar un criterio universal de validez de las ideas, menos aún será hallar una forma de contrastación de las teorías que les otorguen validez definitiva. Así el método hipotético-deductivo mediante la falsación como recurso definitivo restará como la manera de sostener viva a una teoría, mientras no pueda demostrarse lo contrario. Esto equivale a reconocer que la ciencia no es ningún conocimiento perfecto ni definitivo y que su revisión y cuestionamiento continuos deben ejercitarse en contrastación con nuevas bases empíricas que el desarrollo tecnológico nos permite recopilar.

Aunque la física moderna sea matemática en sus formulaciones y demostraciones, y como consecuencia prevalezca lo cuantitativo sobre lo cualitativo, debemos reconocer que la física cuántica pone en cuestión esa convergencia moderna idílica, y que otras ciencias como son la medicina, por ejemplo, acaban convirtiéndose en datos cuantificables estadísticos que se interpretan como garantía de la validez de nuevos descubrimientos o de nuevos tratamientos. Es decir, no hay certeza que valga.

Asumir nuestros límites ante la comprensión de un Universo que no deja de sorprendernos y nos obliga a revisar nuestras teorías, que son válidas mientras funcionan y no por ningún criterio de validez indudable, conlleva cambiar nuestra actitud: de la arrogancia a la humildad.

Somos seres privilegiados porque poseemos un cerebro que nos permite pensar y hacerlo de forma abstracta gracias al lenguaje, pero a su vez esta imbricación entre uno y otro delimita nuestra capacidad de trascendernos y alcanzar lo que hay y es de forma neta y pura, sin intermediaciones que distorsionan nuestros conocimientos ajustándolos a nuestras posibilidades cognitivas.

Esto no excluye que podamos modificar el entorno, ni crear máquinas, robots que sean capaces de superarnos a nosotros mismos en determinadas tareas, eso es tecnología, pragmatismo; Pero ¿llegaremos algún día a tener certeza sobre lo que creemos conocer, o seguiremos siendo merodeadores de algo que se halla más allá de nuestra capacidad?

Si, para finalizar esta reflexión, sumamos los intereses que sobrevuelan la actividad científico-tecnológica y que exigen la prevalencia de unas teorías sobre otras por criterios extra-científicos que se someten al afán de lucro económico de quienes financian las investigaciones, entenderemos mejor que ante el reto de la pandemia se de un mercadeo de vacunas producidas en plazos inéditos que produzcan una gran desconfianza en los ciudadanos. Lo más grave que subyace a esta constatación es la convicción de que lo económico despoja de escrúpulos a los humanos, y que lo códigos deontológicos no son los que determinan la consideración médica y su eficacia de unas vacunas respecto de otras.

Disculpad el rodeo para exponer esta idea final que consideraba necesario para entender el porqué la desconfianza ciudadana no es caprichosa y que la urgencia económica pueda llevar al uso de vacunas no suficientemente contrastadas en la diversidad de casuísticas que se dan en la singularidad de cada uno, o de un determinado sector de pacientes. ¡Suerte con la vacuna que os toque si decidís vacunaros! Aunque están poniendo ya impedimentos para que la gente se niegue a vacunarse. Aquí no entro en qué hay que hacer o no, pero sí en que el ciudadano debe estar informado de qué vacuna recibe, qué efectos puede tener y que inmunidad le aporta. Cuestión que no creo que se esté produciendo de forma generalizada.


[1] No entraré en disquisiciones de si es posible pensar solo con imágenes, como sostiene alguna corriente psicológica, porque aunque así fuese nunca hubiera sido posible, a partir de estar pensar, evolucionar y crear una cultura como la humana.

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