El lenguaje no es un atuendo que se ha ajustado como un guante al pensamiento. Al ser simbólico es pensamiento y, en este sentido se pueden considerar dos aspectos de una misma realidad, por cuanto sin esa relación simbiótica ni uno ni el otro serían lo que son.[1] Esta constatación exige una reflexión sobre cómo
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“(…) Pero incluso los pensamientos, por muy etéreos que parezcan, requieren un punto de apoyo, pues de lo contrario giran y giran en torno a sí mismos, en un torbellino sin sentido; tampoco ellos soportan la nada (…)” Stefan Zweig, Novela de ajedrez, Ed. Acantilado, Barcelona 2001 Fue Parménides quien constató de forma explícita que