“(…) Pero incluso los pensamientos, por muy etéreos que parezcan, requieren un punto de apoyo, pues de lo contrario giran y giran en torno a sí mismos, en un torbellino sin sentido; tampoco ellos soportan la nada (…)” Stefan Zweig, Novela de ajedrez, Ed. Acantilado, Barcelona 2001 Fue Parménides quien constató de forma explícita que
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El lenguaje no es un atuendo que se ha ajustado como un guante al pensamiento. Al ser simbólico es pensamiento y, en este sentido se pueden considerar dos aspectos de una misma realidad, por cuanto sin esa relación simbiótica ni uno ni el otro serían lo que son.[1] Esta constatación exige una reflexión sobre cómo
“(…) no hay ningún texto literario, ya sea un poema lírico o una novela policíaca, de ciencia ficción o romántica, que no contenga, manifiestos o encubiertos, unas coordenadas metafísicas, unos axiomas lógicos o unos rastros de epistemología. El hombre narra mundos posiblemente alternativos, a modo de contrapunto a esta realidad limitada, provinciana. Lo filosófico y
El lenguaje constituye la manifestación de nuestra comprensión del mundo. La clásica disquisición de la prioridad entre pensamiento y lenguaje ha quedado denostada, porque es una constatación que ambos son intrínsecamente dos aspectos de esa aprehensión del mundo, e incluso de los límites con los que topamos en ese proceso cognoscitivo. Establecido lo anterior, lo
Se nos resiste el lenguaje porque se nos resiste el pensar; o, para ser más precisos, rehúsa el sentir esa restricción encorsetada en conceptos que impone nuestra estructura lingüístico-racional, y palpamos la impotencia del decir, la imposibilidad de liberar emociones expresadas de tal forma que puedan ser resentidas por otros. Porque la auténtica comprensión se
Si no hubiese un algo inefable, el lenguaje y con él nuestro pensamiento agotarían en su estructura, toda naturaleza. Entendiendo que ni la experiencia perceptiva ni, más relevante, la racional avalan esta perspectiva arrogante, seguiremos balbuciendo aquello que con dificultad atisbamos, e ignorando todo lo otro.
Achacamos, en ocasiones, el fracaso de la comunicación a las dificultades en el uso del lenguaje, cuando siendo francos lo que yace es una distancia en los pensamientos que deseamos negar.
“En cuanto a la libertad de pensamiento, es cierto que sin ella no hay pensamiento. Pero aún es más cierto que cuando el pensamiento no existe tampoco es libre. En los últimos años ha habido mucha libertad de pensamiento, pero no pensamiento. Algo así como el niño que, no teniendo comida, pide sal para sazonarla.”