EL PODER DEL LENGUAJE COMO PERFORMATIVIDAD

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Reflexión de marzo de 2019 sobre el lenguaje. Hoy diríamos con más énfasis sobre ese uso performativo, incluso allí donde no debería tener lugar, que construye un mundo plástico y adaptativo a lo que puede preverse como más beneficioso en el mercado y mercadeo de todo, la existencia cosificada en cuanto mercancía.

El decir algo implica la negación del conjunto de enunciados que se contradicen con lo dicho y, por lo tanto, excluir la posibilidad de que tengan lugar la serie de hechos contenidos en esas proposiciones implícitamente negadas. Cierto es que no todo lo expresado lingüísticamente constituye una enunciación, en el sentido de afirmar o negar una ocurrencia.  Pero, a pesar de ello, nuestro lenguaje está repleto de proposiciones que formulamos con banalidad, sin atender al ejercicio que con ello estamos realizando de vertebrar un mundo, y desestimar otro. Esta frivolidad lingüística no es neutral, aunque sea efectuada sin propósito consciente y voluntario, ya que es la resultante de relatos imperantes que establecen los límites de lo que tiene sentido decir y lo que carece de él. Expresado de otra forma, decimos lo que culturalmente se nos impone como decible, y obviamos lo que en el proceso de socialización se nos inculca como absurdo, deleznable o casi inconcebible, estrechando las perspectivas desde la cual podemos analizar lo que hay y traerlo al ámbito de lo posible y objeto de reflexión.

En síntesis, el lenguaje es también un poderoso instrumento de dominación que se filtra sin oposición y conforma nuestra visión del mundo, de lo que hay y debe haber, y de lo que no es lógicamente posible.

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