Toda ontología -indagación sobre el ser de un algo– es una perspectiva y, por ende, una visión sesgada. Nuestra comprensión del mundo -y nosotros mismos con integrantes de ese mundo nuestro– parece necesitar la elevación de una categoría determinada como lo sustantivo de lo ente. Ahora bien, en la medida en que decimos que lo ontológico de x es y, estamos acotando y excluyendo otras cualidades que podrían resultar, desde perspectivas diferentes, lo definitorio de ese x. Este modo de abordar lo ontológico -el ser de algo– implica el riesgo de reducir lo ontológico a lo óntico y, en consecuencia, desplazar el dinamismo, el fluir de lo ente como un ser determinado que no está nunca acabado, fijo.
Por el contrario, la ontología -el ser del ente- debería contener la amplitud de posibilidades de lo óntico, y fundamentalmente su no acabamiento. Un ente -un algo– dicho en un espacio-tiempo concreto no nos muestra plenamente su ser, sino su determinación en un instante, ese en el que es mirado.
A partir de lo expuesto, la reflexión e intento de aprehender el ser, siempre materializado mas nunca agotado, sugerimos que lo único ontológicamente relevante es precisamente ese cambio, esa transformación en la que transcurre el ser; razón por la cual nos atrevemos a sugerir que lo ontológico es presente que ha dejado algo atrás y, en su siendo abre un abanico de posibilidades que como tales no son previsibles más que como supuestos.
Así, si la pregunta se ciñe a lo ontológico del humano el galimatías en el que nos enredamos en el acto de referenciar lo fundamental de su ser solo puede ser superado si no caemos en la confusión de lo ontológico y lo óntico. Dicho de otra manera, si se asevera que el intelecto es el ser del humano, se está cayendo en una parcialización óntica y procedente de supuestos metafísicos históricos que ningunea otras cualidades no menos importantes de lo que constituye al ser humano. Lo mismo, ocurriría si situásemos como lo relevante de la condición humana la sexualidad sin tener en cuenta la dialéctica añeja entre razón, pasión y moral.
En conclusión, la cuestión ontológica en relación con el humano, que es lo que aquí nos ocupa, es una apertura que no puede ser sesgada minimizando la complejidad de un ser anómalo en el conjunto de la Naturaleza. Y esa anomalía recae en la autoconcepción que el humano posee de sí mismo, como ser cuya natura es cultural y cuya oposición ha perdido potencial explicativo.
Âme l’être et l’interrogatoire, ah …
J4adopte les suggestions faites dans cet article comme étant les miennes
Merci Ana pour le lynx de ton regard…
Bonne journée.
Alain
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Merci!!!
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Preciosa y a la vez sencilla lección: «homo complexus». Muchas gracias.
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A ti!!!!
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