De la «repetición» KIERKEGAARDIANA al «eterno retorno» NIETZSCHEANO.

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Es, sorprendentemente, curioso que a lo largo de la existencia nos enfrentemos a cuestiones que ya han abordado los que nos han precedido, y de una forma más rigurosa y reflexiva los filósofos. Llevo días dándole vueltas a la experiencia de la repetición. Esta inquietud ha surgido de lo inmanente, material; o sea de la existencia determinada que es lo único que se halla al alcance de los humanos, sin que tengamos que otorgarnos capacidades extraordinarias.

El primer filósofo que se ocupó de la repetición como categoría filosófica parece haber sido, explícitamente, Kierkegaard. No obstante, lo hizo a través de una extraña obra narrativo-filosófica de compleja interpretación, a saber, “La repetición”[1]. Aunque sea un escrito de corte autobiográfico intenta reflejar el abandono del autor del hombre estético en pro del salto que significó adentrarse en un ámbito de una mayor trascendencia. Se pueden consultar artículos que refiero a pie de página para quien desee profundizar -obviamente lo prioritario es la obra original, aunque tal vez las interpretaciones que de ella se han hecho sirvan para una primera incursión en este texto.[2]

Establecido el punto de partida, me dispongo, sin sentirme obligada a referencias bibliográficas de ningún tipo, a desarrollar esta disquisición que hace tiempo que me ocupa. He mencionado la repetición como una experiencia, es decir no como la réplica de hechos ya sucedidos, sino de la apropiación que como sujetos hacemos de lo relevante de los hechos, eso es lo que entiendo como la experiencia de la repetición.

Si Kierkegaard transitó de la reminiscencia griega como recuperación de lo ya sabido que residía en el alma, adquiriendo una importancia relevante la memoria, para posteriormente aproximarse a su concepto de repetición, ya en una fase reflexiva avanzada, que le liberaría de la nada de lo inmanente y lo catapultaría hacia una trascendencia que por su libertad abría posibilidades y futuro, personalmente, difiero de esta elevación que entiendo satisfacía la necesidad de zafarse de la angustia que lo caracterizó durante años de su vida. Sin necesidades de trascendencia, la repetición constituye, a mi juicio el eco persistente de lo que ha quedado como rastro trágico en nuestra vida. Ahora bien, en cuanto lo que retorna no son los hechos, sino la experiencia vital que nos han generado poseemos, mediante le rememoración de los sentimientos que confundimos con los hechos, distanciarlos lo suficiente para apercibirnos que lo que resuena es una herida aún abierta.

Ciertamente, hay existencias que parecen “el cuento de nunca acabar”, pero tal vez porque es nuestra subjetividad la que inviste de ese significado doloroso hechos que nada tienen que ver con nuestra experiencia primitiva.

Así, y aunque varios especialistas entienden que el concepto de repetición kierkegaardiana, constituye lo contrario del eterno retorno nietzscheano, y así lo entiendo también, percibo un punto de confluencia que es esa experiencia de que hay algo que siempre retorna, retomamos, vuelve sin ser llamado. Aquí, entiendo que la lectura de Nietzsche es más sugerente: lo que vuelve es la experiencia del dolor, porque constituye ese binomio vital junto con el placer, y, aquí se alejan sustancialmente uno del otro, no sirve huir, no sirve negar, porque lo único que nos puede hacer soportar la vida es mirar el dolor de frente, sostenerle la mirada, y poderlo. Es decir, vencer eso que parece poseer toda la potencia de hundirnos y recurrir a lo placentero como forma fusionada de vida. El laberinto es tropezar con la misma experiencia y compadecernos. Solo sale del laberinto quien capta el dolor como algo natural, vivo, al igual que el placer y no lo niega lo re-crea y danza placenteramente hasta que deja de constituir un riesgo de aniquilación de la propia vida. Este quehacer es dialéctico y constante, pero, la gran diferencia con Kierkegaard es que no hay trascendencia que valga, ni que pueda dar sentido o fundamento a la vida; tan solo la propia querencia de vivir, la voluntad de vivir, la fortaleza para no restar hecho migajas como un miserable, que es lo más humano, demasiado humano. De ahí que la repetición como eterno retorno bien entendido es la condición ineludible de la vida humana, y de todo organismo vivo, y negar eso, es negar nuestra potencia de vivir.[3]


[1]  Kierkegaard, S. La repetición. Alianza Editorial. 1985

[2]   María J. Binetti (Argentina) Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092.  EL SENTIDO DE LA REPETICIÓN KIERKEGAARDIANA.

Catalina Elena Dobre. La repetición:  Un escrito sui generis en la autoría de Søren Kierkegaard   Fri, 07 Aug 2020 in Tópicos (México).                

[3] Para consultar el concepto de eterno retorno no hay un único texto. Quizás los más relevantes sean “Ecce Homo” y “Así habló Zaratustra” vol. III.

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