Nos disponemos a despedir un año más, en esa línea figurada del tiempo. Antaño era un acto claramente festivo, vivido desde la convicción de que conforme avanzaba el tiempo progresábamos y mejorábamos las condiciones de vida de los humanos. Así, finiquitar un año dispara en nuestra imaginación que, o hay males que ya se acaban, o que estamos a corto plazo de que ocurra.
Ahora, la gran mayoría de individuos no cree en ese supuesto mejoramiento. Tienden a despedir los años como si con ellos enterráramos los problemas, y solo hubiese que aguardar otros nuevos con la resistencia que eso implica a lo desconocido y devastador.
Ni el covid-19 se acabó cuando nos dijeron, y pocos datos, o ninguno, fidedignos tenemos hoy en día de una pandemia que se acabó por decreto ley para salvar la economía. La guerra en territorio ucranio fue una amenaza hasta que se convirtió en una realidad, cuyas consecuencias han sido muchas vidas humanas zanjadas, que no tuvieron voz respecto al inicio del conflicto, y una guerra energética sin precedentes.
Esta crisis de suministro energético se produce cuando la conciencia de que hay fuentes de energía que no deben ser usadas, si queremos luchar contra el cambio climático. Así, algunos retoman el uso de esas energías extremadamente contaminantes, mientras otros intentan a pasos agigantados desarrollar infraestructuras que nos permitan el uso de energías renovables y no contaminantes, o mucho menos.
Tanto la pandemia como esta nueva guerra en Europa, junto a las tensiones y amenazas de unos y otros, nos hacen esperar un año 2023 nada esperanzador. No sabemos si volverá a declararse otra pandemia -ya que no ha habido claridad alguna sobre el origen de la del covid-19- y si la industria farmacéutica se lucrará a base de manipularnos gracias a nuestra ignorancia, forzándonos a ponernos nuevas vacunas con la colaboración de los Estados -recuérdese el pasaporte covid19-, a realizarnos antígenos de gripe, de convi-19 o de la nueva enfermedad X muy contagiosa y letal -que muchos utilizan hoy por miedo a contagiar a personas que puedan ser más vulnerables-, que volverá a proporcionar un zarpazo económico a los sectores menos favorecidos de la sociedad, y a alzar por las nubes los ingresos no solo de farmacéuticas, sino de la industria tecnológica u otras grandes corporaciones que se enriquecieron con la pandemia.
El año en el que entramos, visto lo visto, es probable que nos proporciones más desgracias y desastres que brizna alguna de esperanza. Los jóvenes están condenados a subsistir y compartir pisos, si desean abandonar el hogar parental. Trabajar ya no garantiza una vida mínimamente digna, si no en la mayoría de los casos una situación precaria de jóvenes muy cualificados y no cualificados. Entre los 20 y los 30 años pocas diferencias, si las hay, de sueldo entre unos y otros. ¿Quiere decir esto que apuesto por la meritocracia? No estrictamente: todo trabajador debe poder con su sueldo mantenerse a sí mismo, en compañía o en la soledad de un apartamento, y eso no es posible. Además, si dedicar años a la formación en el ámbito del saber que sea, no proporciona ninguna ventaja en el momento de encontrar un trabajo que no sea remunerado de manera denigrante, como otros muchos… ¿No puede acabar ocurriendo que los jóvenes escatimen esfuerzos en su formación porque su forma de vida va a ser igual de precaria? Un indicador indiscutible de esto es la cantidad de médicos, enfermeras, ingenieros, informáticos que buscan su futuro en otros países, porque aquí no lo encuentran. Este hecho repercute directamente, además, en el resto de la población porque la sanidad pública esta agonizando, también por falta de personal que no se encuentra, porque ha emigrado.
No cabe aquí mencionar todos los problemas que nos esperan; primero porque esto se convertiría casi en un libro, y segundo, porque los desconocemos. Pero lo que sí está claro es que hace tiempo que cerramos los años con alivio, como si el nuevo número rompiera maleficios que van a desaparecer, y esperando que el que viene no sea peor.
Triste situación para una sociedad tan avanzada.
Querida Ana, gracias por compartir.
De corazón deseo que todo fluya para bien de todos…
Un abrazo.
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Muy mal, muy mal, estos filósofos tan voceros del desastre…¿preocuparse por la realidad en la que vivimos? Que mal gusto de verdad, no hay como ver videos de gatos en youtube, llegar al millón de likes o volverse influencer mercenario…¡Estos filósofos no entienden, perdonalos San Narciso pues no saben lo que hacen!….Mi otro Yo que ve el futuro de una forma poco ortodoxa….besos al vacío desde el vacío…
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Que no sea peor ya sería un gran logro.
Mis mejores deseos para ti.
Salud.
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