Nos disponemos a despedir un año más, en esa línea figurada del tiempo. Antaño era un acto claramente festivo, vivido desde la convicción de que conforme avanzaba el tiempo progresábamos y mejorábamos las condiciones de vida de los humanos. Así, finiquitar un año dispara en nuestra imaginación que, o hay males que ya se acaban,
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La vida es una danza sin un ritmo prestablecido, a menudo con la muerte. Quien baila con la parca se desliza peligrosamente hacia los límites de lo vivo, pero, al mirarla de frente y sostenerse erguido, el baile se convierte en un pulso constante cuyo desenlace, tarde o temprano, culmina con la disolución del osado
Los propósitos iniciales deben estar supeditados, a veces, al flujo de emociones desbordantes que no nos dejan opción: exigen su manifestación, y esta forma de explosionar puede darse lingüísticamente. Así que, prescindiendo de lo previsto, necesito recordar algo que ni tan solo he visto, ni observado directamente; solo un breve video de móvil que me
Desembarazados de todo interrogante existencial, podemos transitar de puntillas por la vida protegidos por la ceguera y la frivolidad, como si danzáramos en volandas, abstraídos del miedo de rozar la realidad. Aunque, esta andadura huera nos confronte al final con la solidez del vivir al que, timoratos, hemos renunciado.
Reverberan nebulosas oníricas porfiando ser explícitas y transparentes, para ser miradas, tratadas, aprehendidas y nítidas. Sin embargo, una resistencia desmesurada obstruye ese resurgir que a gritos mudos brega, manteniéndolo entre la bruma, turbio y confuso para no conocer, lo que tal vez deba ser ignorado.
Desprovistos de forma de lenguaje compartida, en cuanto a finura de significado se refiere, somos víctimas del propio alarido atemorizado que expulsamos al sentirnos mudos e incomunicados.
Dudar, como pálpito temeroso paraliza. Como estrategia preventiva supone esquivar falsos ídolos que se despedazan tras el cedazo de la pregunta inquisitiva.