Existencia: la voluntad y la libertad

Un comentario

Los sucesos se deslizan en el mundo sin que, a menudo, podamos evitarlos. Estos condicionamientos limitan nuestra libertad y desvían los planes que habíamos concebido como deseables. Esto puede constatarse desde una perspectiva empírica y cotidiana en la vida del individuo.

Sin embargo, es preciso hacer alguna reflexión al respecto. Algunos sucesos son consecuencias de acciones propias, otros de acciones ajenas y en cualquier caso, si no hemos sido capaces de preverlas, el recurso que nos queda es calibrar cómo reaccionamos, qué actitud adoptamos antes estas vicisitudes. Por otro lado, no hay libertad que no esté condicionada, ya que lo contrario supondría admitir que podemos existir en un no-mundo, es decir, en algún tipo de “lugar” sin determinaciones materiales, sin nada que nos coaccione, lo cual sería absurdo porque equivaldría a aceptar que nosotros y nuestro lugar habitable son una especie de ser etéreo, sin interacciones, sin delimitaciones, un no ser “ente” en conclusión.

De esta forma, lo humano debe asumirse a sí mismo como corporeidad, determinación y finitud que existe en un contexto concreto y cuyos influjos y limitaciones son parte de nuestra condición humana.

Ahora bien, los intentos por sustentar una metafísica determinista -que por ser cual negaría la metafísica misma- son igual de infructuosos que lo contrario. Decir que creemos decidir, aunque no sea así, fundamentado por un determinismo cósmico indemostrable sirve a menudo para eludir la responsabilidad de nuestras acciones. Sean cuales sean los condicionantes que inclinan nuestras decisiones en un sentido u otro, la experiencia -y de poco más disponemos- nos muestra que, igual que decidimos romper una relación podíamos haberla mantenido, hay un momento en el que reflexionamos con más o menos habilidad, o simplemente reaccionamos por ser irreflexivos y nuestro deseo, dado siempre un contexto, nos impele a actuar de la manera que sea.

En este sentido, deberíamos calibrar la potencia de nuestra capacidad reflexiva, la cual siempre considera los condicionamientos, y hasta qué punto somos capaces de decidir. De lo contrario, solo nos resta vegetar como meros instrumentos de una fuerza natural que operaría igualmente al margen de nuestra voluntad.

La cuestión no es menor, y un estudio riguroso de la voluntad y la razón -algo semejante a lo que hicieron Schopenhauer y otros- nos posibilitará no solamente asumir el margen de libertad que tenemos, sino también en qué sentido u horizonte la orientamos para habérnoslas con nuestra existencia y poder realzarla a vida, al máximo.

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