Hay días que rasgan el calendario para toda la eternidad. Y ese jirón, que se replica automáticamente en cada nuevo año, puede tener significados diversos para cada uno. Diría que todos tenemos un día roto -al menos- y que nuestro interior se prepara ante su llegada, se instala plenamente la jornada en cuestión, y luego
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Parafraseando a Simone Weill[1], filósofa destaca del S.XX, un Dios ausente es el único Dios auténticamente presente, pues la ausencia aparente de Dios es su realidad. Dicho esto, puede deducirse que la figura de Dios de la que habla Weill se aleja de esa función consoladora y hecha a medida de la necesidad humana por
Estar ausente es un no-estar; es un oxímoron aranero ya que la ausencia solo es el rastro de quien estuvo, pero ya no está. Quizás el uso de esa expresión es una forma de resistencia que sostenemos para no aceptar esa nada que nadea todo cuanto hubo en un tiempo anterior. Somos seres en relación
Me sorprende y a la vez me intriga que haya intelectuales que desarrollen discursos inacabables sobre “Dios”. En particular filósofos que considero de enjundia y cuyas reflexiones en otros aferes son admirables, al margen de que se pueda o no disentir en algunos aspectos. El caso es que siempre me he preguntado ¿de qué hablan?
(…)Si es verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la realidad que pide acontecer; pero si es verdad que ese sentido pide acontecer, es que su advenimiento se ve impedido de alguna forma. (…) He aquí, pues, por qué filosofar: porque existe el deseo, porque hay ausencia en la
Padecemos la ausencia ineluctable, porque es lo único que –paradójicamente- hace presente lo perdido; recuperando con ese agudo dolor la imagen, el recuerdo vívido de quien se alejó, casi sin mirar atrás. Y anhelamos, ansiamos cualquier gesto que sea un indicio de que seguimos existiendo, para quien se tornó lo ausente.
Hay quien necesita aferrarse a cosas para mantener vívidos momentos, recuerdos; como si al simbolizarlas en algo material se exteriorizara la presencia de lo que fue y no está más que como sombra lívida en nuestro interior. Una veneración excesiva de la cosa que puede derivar en un fetichismo vacío.



