(…)Si es verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la realidad que pide acontecer; pero si es verdad que ese sentido pide acontecer, es que su advenimiento se ve impedido de alguna forma. (…) He aquí, pues, por qué filosofar: porque existe el deseo, porque hay ausencia en la presencia, muerte en lo vivo; y porque tenemos capacidad para articular lo que aún no lo está; y también porque existe la alienación, la pérdida de lo que se creía conseguido y la escisión entre lo hecho y el hacer, entre lo dicho y el decir; y finalmente porque no podemos evitar esto: atestiguar la presencia de la falta con la palabra.
En verdad, ¿cómo no filosofar?
Lyotard, ¿Por qué filosofar? Cuatro conferencias. Ed. Paidós. ICE de UAB, Barcelona 1989.
Si recorremos la argumentación que Lyotard expone a lo largo de estas conferencias, no erramos al constatar que la pregunta relevante es –como expone en este fragmento a modo de conclusión- ¿Cómo no filosofar? Es decir ¿Cómo zafarse de los límites que se interponen en nuestra indagación, cuando todo pensar dicho nos arrastra a la incertidumbre de lo implícitamente no dicho, lo ausente que se manifiesta como tal en presencia de lo enunciado? Aquello que demanda acontecer queda necesariamente excluido, en alguna medida, cuando encapsulamos lo fenoménico en una estructura lingüística, que por su naturaleza delimita lo que acontece desde la subjetividad que lo enuncia, pero no tan solo a resultas de una interpretación sesgada, sino porque lo que se dice es lo que acontece y ahí se evidencia la exclusión de todo lo que podría acontecer al margen de lo nombrado.
De esta forma, la muerte está presente como posibilidad cuando nos referimos a la vida, y toda la gama posible de acciones en lo hecho, y, en definitiva todo lo dicho reclama nuestra atención, nuestro deseo de indagar sobre lo no articulado, en cuanto podría serlo. Esta tensión dialéctica de origen antiguo es la condición que permite transformar el mundo, en cuanto este no es lo contenido exclusivamente en lo enunciado sino todo lo ausente implícito. Observamos por tanto que sin el logos no habría acontecer para el humano, pero que es precisamente lo que se da como resultado de él, lo que genera la inevitabilidad del filosofar porque se instaura como objeto de indagación no solo lo acontecido sino todo lo posible, y esta presencia de lo ausente nos exige, nos impone ahondar en lo que Leibniz formuló preguntándose ¿por qué hay algo en vez de nada?, o, en términos distintos, ¿por qué permitimos con nuestro decir que acontezca algo en vez de otro?