No hay palabras para engalanar el atardecer, ni frases que luzcan su íntima presencia; privados, como estamos, de un lenguaje capaz de medirse con lo real, vivimos en un mundo cercenado por su apariencia.
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El desvelamiento de lo oculto conlleva una abrupta reacción que evoluciona desde la incipiente negación de lo revelado hasta la indignación desmedida por el engaño. Tras ello, la aceptación y resignación melancólica que merma la voluntad, o sea toda potencia de cambio o alteración, ante la evidencia de que lo posible ya fue consumado. Solo
Si la realidad con su elasticidad, a veces inconcebible, no cede más, tendremos que reforzar los resortes para permanecer erguidos ante los márgenes de lo posible, impuesto.
Imaginar una ficción, que como tal sea inverosímil se antoja más difícil cada vez, ya que la elasticidad de lo existente se muestra tan ilimitada que establecer con certeza y rigor lo posible o imposible es casi un arte adivinatorio.
Lo fantasmagórico fluctúa con lo real en una extraña dialéctica que deriva en conversaciones desplazadas sin significado para el otro. A eso denominan locura, sin captar que lo gestado simbólicamente manifiesta los miedos y angustias internas más auténticas del “loco”. Algunos solo lo sueñan, otros trasgreden los límites de lo onírico y lo funden o
Dicen que el número trece da mal fario, será por esa suerte que no superaremos la maléfica cifra. Tras años andados, entre la ambigüedad, el miedo, el no reconocer lo acontecido, se imponían destellos de un querer no elegido, casi tropezado, junto con pasiones in crescendo que sugerían un desastre a evitar con todo el
Si el alma es lo real del humano, y no podemos constatar su presencia, somos una quimera insoslayable: acaso una necesidad espiritual que nos vincule a un dios, o un ansia de inmortalidad.
La convicción de que lo auténticamente real debe permanecer siempre estable, e invariable se aleja tanto de la experiencia y del sentido común que si escudriñásemos las implicaciones de esta perspectiva veríamos que real tan solo debe haber algún tipo de ser que no se deja categorizar por nuestros parámetros habituales e irreductible per se.
Si aquello que denominamos Ser, que algunos entienden como algo inapelable e inefable “ubicado” más allá de lo existente, pudiera darse como contraposición en cada particular existente –sin el cual no sería propiamente- las elucubraciones, sobre lo que sucede tras la muerte, se simplificarían. Cierto es que la aceptación de un final abrupto y sin
Si decimos que el mundo es tan solo un “devaneo óntico” ¿cómo indagar sobre una realidad que puede desbordarnos?