Podría ser calificado de pesimismo temerario, afirmar que existimos al límite del abismo. Sin embargo, puede entenderse que esta expresión es un reflejo de lo que, de facto, sucede en lo cotidiano. Dicho de otra forma, oscilamos entre una aparente “normalidad”, y de suyo cierto equilibrio, a estar ubicados en las antípodas: la desesperación en
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Revisión de un texto breve publicado en setiembre de 2016 Si casi se deja de existir para los otros, entre indiferencias silenciosas, se es, por supuesto, pero apáticamente un alter ego. Se sostiene una identidad ubicada en el no-yo, amagando eso tan propio que los otros han ignorado como su alteridad y que exige, reclama
Si el color es una cualidad resultado de nuestra percepción –de ahí las discrepancias que suelen suscitarse- por tanto, mero aparecer del que no podemos predicar con rigurosidad ni su existencia, ¿no deberíamos establecer una distinción, no solo entre lo real o lo aparente, sino también entre lo aparente y lo existente? Es decir, de
Calificar de fracaso un acontecer es siempre cometido del sujeto-agente. Porque lo que, a ojos ajenos, parece un revés puede revertir en el mayor logro vital de quien tiene potestad de enjuiciarse. Los otros son, en este sentido, sobrantes.
No hay palabras para engalanar el atardecer, ni frases que luzcan su íntima presencia; privados, como estamos, de un lenguaje capaz de medirse con lo real, vivimos en un mundo cercenado por su apariencia.
Una sociedad esperpéntica, no es una mera apariencia falaz, sino el aparador más comercial de lo que realmente subyace.
La tentación de disponer de cuanto deseamos nos desdobla inexorablemente en lo que aparentamos y lo que ocultamos.
Ya que mediante los espejos nuestra imagen nos cuestiona ad infinitum, somos una sociedad de cristales transparentes.
La agitación ávida de las ideas, que se percuten cansina y fútilmente, es la absorción del caos inherente a lo externo que no se muestra, pero cuyo aparecer late evidenciando la deriva del constructo irracional humano.
Debemos asumir que el hombre es un ser fundamentalmente paradójico. No hay comprensión posible sin esta premisa. Esto podemos observarlo no sólo atendiendo al humano como especie, sino cotidianamente en cada uno de los individuos que nos rodean y, si nos miramos al espejo, en ese otro yo que nunca queremos reconocer. Sobre esta dualidad