Raro es sentir saciada la necesidad. Porque como carencia tiende a la elasticidad y a fagocitar toda sustancia destinada a colmarla. Así, devenimos seres cuya idiosincrasia es la escasez, y esa falta infinita es la plataforma sobre la que se catapulta el capitalismo; metamorfosea la necesidad para que sintamos el impulso de calmarla con el consumo de objetos, que se tornan símbolo de lo que creemos carecer, aunque no sea más que un espejismo manipulador. Y así, sucumbimos como necios al centrifugado mental que nos transforma en individuos sin auténtica identidad y arrastrados por la truculenta voluntad de vaciarnos de lo propio para engrosar lo ajeno.