El mundo se halla bajo sospecha, esa que nos advierte de imposturas maquilladas de veracidad, de sucesos a los que accedemos indirecta y tendenciosamente narrados, de complejas redes engarzadas que subrepticiamente nos muestran lo que debe ser asimilado, en pro de los intereses ocultos, y repudiado en coherencia con el discurso impuesto, que legitima los poderes y ambiciones dominantes.
Pero, lo que resquebraja el postrero intento de esperanza, es que todo cuanto se ha descrito ya lo sabemos. Lo padecemos, lo notamos rozándonos tenue e insistentemente la piel, a cada instante de respiración destinada al fracaso. Lo sabemos. Saben que lo sabemos. Y esta pantomima se sostiene como la única posibilidad de existir, en un degenerado espacio en el que parecemos no fingir, aunque no cejamos de representar el papel que se nos ha atribuido, tras desestimar gesto alguno de rebeldía.
El mundo se halla bajo sospecha; pero lo sabemos y saben que lo sabemos: nunca, nada susceptible de ser cuestionado, alcanzó tanta firmeza y solidez como el mundo de hoy, en el que todo ha sido absorbido y difuminado.