En este fragmento Sánchez Meca pretende destacar la relación conflictiva con el dolor que ha presidido la cultura occidental y que no es más que la expresión de lo que Nietzsche denominó “nihilismo pasivo”, para enfatizar la importancia de incorporar el sufrimiento como proceso normal de la vida orgánica o la dialéctica de fuerzas por las que uno se debilita o fortalece. En este sentido, recordemos la importancia que concede el pensador alemán a la afirmación de la vida en toda su plenitud, con el dolor y el placer que esta comporta, porque de lo contario estaríamos negando la vida en su totalidad.
Para su propósito el autor realiza una escueta síntesis sobre la crítica de Nietzsche a la cultura occidental –en concreto destaca la moral y la metafísica que la fundamenta- situando de esta forma el porqué de la dominación de la perspectiva nihilista decadente, esclavista y pesimista.
Como trasfondo Sánchez Meca ubica la Voluntad de Poder nietzscheana como aquello que hace comprensible por qué, esa voluntad débil de los que no soportan el dolor, ha logrado convertirlo en algo insostenible en sí mismo, lo cual legitima la compasión como antídoto contra la desesperación, que no hace sino generalizar la debilidad y situarla como valor predominante en esa cultura nihilista. Así la voluntad europea no es más que un querer lo incondicional –lo imposible- que deriva en un querer la destrucción o la nada.
La razón por la cual he destacado este fragmento de Sánchez Meca se debe a que de manera sucinta refiere la concepción nietzscheana del dolor y su oposición frontal a lo que el autor del libro denomina “obsesión morbosa”. Recordemos que morbo significa enfermedad o un interés malsano por cosas desagradables-según la RAE- que conecta de forma natural con ese interés perverso de la moral cristiana por revalorizar el dolor y el sufrimiento como condiciones de la existencia humana. Pero ahí radica para Nietzsche precisamente el error o la vacuidad de una voluntad que se ve abocada a la nada, a ese nihilismo pesimista y destructivo porque dicha concepción de la existencia lleva a odiar la vida. Por su parte el pensador alemán sostiene una Voluntad , no de nada sino, de poder, es decir un querer autoafirmarse mediante la aceptación plena de la vida con ese dinamismo de fuerzas contrarias que son el dolor y el placer. Sin denostar ninguno de los dos, se despliega ese querer por la vida tal y como es, sosteniendo el dolor, afirmándolo, si cabe, sin sentir terror, sino la fortaleza de poder querer la vida en todas sus formas de expresión.
Es sorprendente que la mutación de esa cultura nihilista negativa haya derivado en una cultura que da culto al placer. No estaríamos ya en una sociedad que atemorizada por el sufrimiento se refugia en la compasión, sino en una fuga hacia delante, en el sentido de que sigue despreciando el dolor pero ahora mediante un hedonismo superficial que teniendo como fin el placer, lo revierte en una obsesión consumista como si el lenitivo ansiado fuese ahora la consecución de bienes de consumo que no satisfacen necesidades orgánicas, sino que operan como protección y negación de que sufrir sea vivir.
Así pues siguiendo las directrices nietzscheanas, expuestas con destreza y clarividencia por Sánchez Meca, nuestra cultura sigue siendo nihilista, pero ahora el querer es el placer, que según Nietzsche no podía constituir un fin en sí mismo –al igual que no puede hacerlo el dolor- pero que conforma ahora una obsesión enfermiza por el bienestar y el placer, eludiendo y negando el dolor, mediante un transitar superficial por la vida que vuelve a negarla en la medida en que desprecia el otro polo de fuerzas vitales que se expresaban lingüísticamente y de forma figurativa como dolor y placer, o en otros contextos como la lucha entre las fuerzas apolíneas y las dionisiacas.
Lo que resulta evidente es que está por llegar esa élite que con una fortaleza de voluntad incuestionable se carcajea de la vida, ya sea dolorosa o placentera, porque lo que quiere es su autoafirmación como sujeto que es capaz de situarse más allá del bien y el mal establecidos hasta entonces, y propiciar un nuevo horizonte en el que el hombre sea dejado atrás, para que surja el superhombre, alguien cuya voluntad de poder supera temores, miedos y sostiene la vida tal cual es. Nada que ver por cierto con el posthumano que aventura el transhumanismo, porque este último usaría la ciencia y la tecnología para transformar esa vida que como nihilistas pasivos no pueden aceptar. Continuaríamos pues con un despliegue de la debilidad que busca resortes que lo sostengan ante la vida, compensando su debilidad de voluntad.
Huelga decir que Nietzsche tal vez soñó con lo incondicional sin saberlo; esas jugarretas que nos tiende el inconsciente, ya que esperar el surgimiento de un nuevo humano, que no es propiamente humano, porque quiere tanto el dolor como el placer, no es tal vez ser nihilista positivo, como él aducía, sino una entelequia querida pero no al alcance de un humano que difícilmente puede trascenderse y dejar de ser lo que es: un ser mediocre y miserable que hace lo que puede, y no puede lo que quiere.
Demasiados problemas para decantarme por un Me gusta o por una crítica en su sentido peyorativo. Siendo adolescente tuve una novia, también adolescente, y resulta que, supongo que en el Instituto, leí o escuché que el bigotudo había dicho que la mujer es el descanso del guerrero. Me incomodó tanto que, a partir de ello, fuera o no fuera real al frase, dejé de interesarme por tal sujeto. Además, en varias de las imágenes suyas columbro los rasgos de la locura, del orate.
Saludos cordiales
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