SINTETIZO EN ESTA ENTRADA DOS PUBLICADAS ANTERIORMENTE, SOBRE EL LUGAR DEL DOLOR EN EL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE,SEGÚN SANCHEZ-MECA, Y CIERTA DISCREPANCIA PROPIA AL RESPECTO.
NIETZSCHE: LA EXPERIENCIA DIONISIACA DEL MUNDO Diego Sánchez Meca.Ed. Tecnos. Año 2005. Fragmentos pg 232-244
«El dolor y el placer desempeñan un papel fundamental en la configuración y consolidación de una determinada cultura. No como causa ni meta de la cultura, sino como el lenguaje figurado en el que se expresa el dinamismo de la voluntad de poder.
En su análisis de la cultura europea, Nietzsche ha visto en la debilidad de la voluntad el origen último de la aceptación e incorporación de las interpretaciones metafísicas y de las valoraciones morales con las que se ha impuesto una cultura que ha hecho del nihilismo el trasfondo de sus condiciones de existencia. La moral cristiana, con su concepto de pecado y su idea de Dios, ha pretendido dar significado a un sufrimiento –sentido como intolerable- y ha falsificado y desnaturalizado los impulsos extendiendo la enfermedad y la decadencia. Mediante la violencia ha consolidado una concepción del mundo en la que el débil erige su debilidad en condición generalizada de vida y la convierte en norma, en juicio, en regla según la cual lo que el débil no puede soportar es insoportable en sí y, por tanto, es preciso rectificar la vida para que se adapte a las condiciones de su debilidad. La cultura europea se ha constituido así conforme a un “bien” y un “mal” absolutizados con los que se ha desplegado una determinada praxis moral selectiva. Esta moral europea es el verdadero instinto del rebaño, que desea únicamente el bienestar, la ausencia de peligros, la vida fácil. Sus dos doctrinas más cuidadosamente predicadas se titulan: “igualdad de derechos” y “compasión para todos los que sufren”.
Para diagnosticar con mayor exactitud el carácter de los conflictos internos que atormentan el alma de Europa, la primera exigencia que plantea Nietzsche es partir de la situación de gregarismo y decadencia en la que dos mil años de práctica selectiva y configuradora de la moral ha obligado a los individuos a incorporar determinados instintos como condiciones generalizadas de existencia. Se trata de una presión que ha reducido finalmente al europeo moderno a la condición de esclavo. Y por referencia a este estado de esclavitud es como se debe examinar la cuestión espinosa de su actitud ante el dolor, hasta la enfermedad. Su mucho y escondido sufrimiento se subleva contra el gusto aristocrático, que parece negar el sufrimiento. O sea, cuando se dice que ante el sufrimiento la actitud básica del europeo moderno es la del esclavo lo que se quiere señalar, en primer lugar, es que no lo soporta, que al querer lo incondicional sólo puede verse a sí mismo bajo una tiranía. En segundo lugar, como animal de rebaño, su compasión expresa, entre otras posibles cosas, la sublevación contra el gusto aristocrático que menosprecia o, al menos, parece quitarle importancia al sufrimiento. Compasión, por tanto, equivale en él a la igualdad misma como sentimiento común de unión entre seres sufrientes todos por igual a causa de una suerte injusta o una sociedad mal constituida; conmiseración, por tanto que funde a los individuos en un sentimiento común que neutraliza su rivalidad y amortigua su voluntad de lucha. La compasión es el afecto que sirve para conservar la vida que se juzga a sí misma digna de ser rechazada con asco. En último término funciona como un antídoto contra la desesperación. La compasión se sitúa en las antípodas de los sentimientos tonificantes, los que elevan la energía del sentimiento vital. Y no sólo aumenta el dolor por su efecto depresivo, sino porque el compadecer la disminución de fuerza que el padecer aporta a la vida se extiende por el contagio del dolor en el que en sí misma consiste. La compasión es un consuelo sólo ilusorio, inútil, contradictorio porque, contribuyendo sólo a aumentar el sufrimiento en el mundo, es simplemente una ocasión para la tristeza, para el desprecio y la crueldad del rebaño. El que compadece no comprende que el sufrimiento es necesario. Cree que debe ayudar a los que sufren haciendo lo que pueda para eliminar su dolor, pero no se da cuenta de que, de ese modo priva también a esos que sufren de su posible felicidad.
En la situación actual de la cultura europea, la compasión es la práctica fundamental del nihilismo. Es decir, la compasión es el modo principal en el que ahora se expresa ese retorcimiento de la vida contra sí misma en el que consiste justamente el nihilismo. En la práctica, el que la compasión se haya materializado como primer valor de la cultura europea es fruto, para Nietzsche, del estado de gregarismo y debilidad patológicas que define la situación de nihilismo extremo al que designa con expresiones como “nihilismo pasivo”. Lo que caracteriza al nihilismo es, junto con la compasión ante cualquier forma de debilidad, un rechazo de la acción y una inclinación casi irresistible por representaciones estupefacientes o narcotizantes. El nihilismo pasivo como forma de debilidad; la fuerza del espíritu está agotada, de manera que los objetivos y valores hasta entonces prevalecientes se han hecho inapropiados, inadecuados y no son objeto de creencia; la síntesis de valores y metas se disuelve porque los diferentes valores se hacen la guerra; todo lo que reconforta, cura, tranquiliza, aturde ocupa el primer plano bajo diversos disfraces –representaciones-: religiosos, morales, políticos, estéticos, …
El énfasis de Nietzsche en sus críticas continuas a esta compasión –en la que consiste ahora la práctica principal del nihilismo- se dirige a la necesidad de distinguir entre la compasión nihilista y otro tipo de compasión que esté en consonancia con el ejercicio de la voluntad de poder activa, una clase de compasión que se despliega desde una actitud ante el problema del dolor opuesta al nihilismo. Éste desea, inspirado por la debilidad, eliminar el dolor como mal radical. Sin embargo, el dolor, lo mismo que el placer, no son más que el lenguaje que traduce el empequeñecimiento o el crecimiento de la voluntad de poder. O dicho de otro modo: del juego de fuerzas por el que el individuo se fortalece o se debilita, aumenta su sentimiento de vida o se hunde en un sombrío pesimismo cargado de asco por la existencia. El dolor, desde esta perspectiva, como resistencia y obstáculo al querer de la voluntad, es algo normal, que pertenece a la dinámica propia de la vida orgánica. No tiene sentido vivir aterrorizado por el dolor si no es porque se utiliza desde una voluntad de poder enferma que busca, a través del resentimiento y la venganza, aumentar su sentimiento de poder haciendo del sufrimiento el sentimiento más generalizado. Voluntad de destrucción, en suma, voluntad de nada.«
En este fragmento Sánchez Meca pretende destacar la relación conflictiva con el dolor que ha presidido la cultura occidental y que no es más que la expresión de lo que Nietzsche denominó “nihilismo pasivo”, para enfatizar la importancia de incorporar el sufrimiento como proceso normal de la vida orgánica o la dialéctica de fuerzas por las que uno se debilita o fortalece. En este sentido, recordemos la importancia que concede el pensador alemán a la afirmación de la vida en toda su plenitud, con el dolor y el placer que esta comporta, porque de lo contario estaríamos negando la vida en su totalidad.
Para su propósito el autor realiza una escueta síntesis sobre la crítica de Nietzsche a la cultura occidental –en concreto destaca la moral y la metafísica que la fundamenta- situando de esta forma el porqué de la dominación de la perspectiva nihilista decadente, esclavista y pesimista.
Como trasfondo Sánchez Meca ubica la Voluntad de Poder nietzscheana como aquello que hace comprensible por qué, esa voluntad débil de los que no soportan el dolor, ha logrado convertirlo en algo insostenible en sí mismo, lo cual legitima la compasión como antídoto contra la desesperación, que no hace sino generalizar la debilidad y situarla como valor predominante en esa cultura nihilista. Así la voluntad europea no es más que un querer lo incondicional –lo imposible- que deriva en un querer la destrucción o la nada.
La razón por la cual he destacado este fragmento de Sánchez Meca se debe a que de manera sucinta refiere la concepción nietzscheana del dolor y su oposición frontal a lo que el autor del libro denomina “obsesión morbosa”. Recordemos que morbo significa enfermedad o un interés malsano por cosas desagradables-según la RAE- que conecta de forma natural con ese interés perverso de la moral cristiana por revalorizar el dolor y el sufrimiento como condiciones de la existencia humana. Pero ahí radica para Nietzsche precisamente el error o la vacuidad de una voluntad que se ve abocada a la nada, a ese nihilismo pesimista y destructivo porque dicha concepción de la existencia lleva a odiar la vida. Por su parte el pensador alemán sostiene una Voluntad , no de nada sino, de poder, es decir un querer autoafirmarse mediante la aceptación plena de la vida con ese dinamismo de fuerzas contrarias que son el dolor y el placer. Sin denostar ninguno de los dos, se despliega ese querer por la vida tal y como es, sosteniendo el dolor, afirmándolo, si cabe, sin sentir terror, sino la fortaleza de poder querer la vida en todas sus formas de expresión.
Es sorprendente que la mutación de esa cultura nihilista negativa haya derivado en una cultura que da culto al placer. No estaríamos ya en una sociedad que atemorizada por el sufrimiento se refugia en la compasión, sino en una fuga hacia delante, en el sentido de que sigue despreciando el dolor pero ahora mediante un hedonismo superficial que teniendo como fin el placer, lo revierte en una obsesión consumista como si el lenitivo ansiado fuese ahora la consecución de bienes de consumo que no satisfacen necesidades orgánicas, sino que operan como protección y negación de que sufrir sea vivir.
Así pues siguiendo las directrices nietzscheanas, expuestas con destreza y clarividencia por Sánchez Meca, nuestra cultura sigue siendo nihilista, pero ahora el querer es el placer, que según Nietzsche no podía constituir un fin en sí mismo –al igual que no puede hacerlo el dolor- pero que conforma ahora una obsesión enfermiza por el bienestar y el placer, eludiendo y negando el dolor, mediante un transitar superficial por la vida que vuelve a negarla en la medida en que desprecia el otro polo de fuerzas vitales que se expresaban lingüísticamente y de forma figurativa como dolor y placer, o en otros contextos como la lucha entre las fuerzas apolíneas y las dionisiacas.
Lo que resulta evidente es que está por llegar esa élite que con una fortaleza de voluntad incuestionable se carcajea de la vida, ya sea dolorosa o placentera, porque lo que quiere es su autoafirmación como sujeto que es capaz de situarse más allá del bien y el mal establecidos hasta entonces, y propiciar un nuevo horizonte en el que el hombre sea dejado atrás, para que surja el superhombre, alguien cuya voluntad de poder supera temores, miedos y sostiene la vida tal cual es. Nada que ver por cierto con el posthumano que aventura el transhumanismo, porque este último usaría la ciencia y la tecnología para transformar esa vida que como nihilistas pasivos no pueden aceptar. Continuaríamos pues con un despliegue de la debilidad que busca resortes que lo sostengan ante la vida, compensando su debilidad de voluntad.
Huelga decir que Nietzsche tal vez soñó con lo incondicional sin saberlo; esas jugarretas que nos tiende el inconsciente, ya que esperar el surgimiento de un nuevo humano, que no es propiamente humano, porque quiere tanto el dolor como el placer, no es tal vez ser nihilista positivo, como él aducía, sino una entelequia querida pero no al alcance de un humano que difícilmente puede trascenderse y dejar de ser lo que es: un ser mediocre y miserable que hace lo que puede, y no puede lo que quiere.
Obviamente, esta última aseveración, sería harto controvertible para muchos. Aunque siempre ha palpitado, en mi lectura de Nietzsche, que su querer se imponía dramáticamente a lo que, en realidad, constituía un deseo y que él nunca hubiera reconocido como tal. Pero intuyo que esta aspiración tan sobrehumana le deparó un final muy solitario, en ese páramo en el que nadie, tal vez nunca, podrá llegar a aprehender aquello que él vivenció.
Es complicado entender a este chaval… Pero creo que como a todos los grandes filósofos. Según la vida actual, así les entiendes. Trasladamos sus pensamientos a nuestro tiempo, por eso son universales y claro, a medida que cambian los acontecimientos, varían nuestro entendimiento sobre ellos. Creo???
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Ese es un riesgo que corremos. Hay quien cree que es capaz de leer lo q un texto dice sin influjos de su subjettividad, pero entiendo que seguramente no lo logramos. Gracias por leerme y comentar
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Sinceramente yo siempre he entendido la filosofía como una teoría de la vida eterica muy difícil y complicada aplicar a la vida real eso si tiene pasajes que pueden hacer ser mejores personas.
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