Decía Ignacio de Loyola «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, más estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar». Curioso consejo de un gran espíritu para estos tiempos: momentos de desconsuelo en los que las mudanzas son externas y nos vemos forzados a, absolutamente en ese estado de desolación, adaptarnos a las turbulencias externas. No está en nuestras manos domeñar lo que procede de fuera, obviamente, porque no somos esos dioses que anhelamos; a nuestro alcance se halla nuestro estado interior, pero ¿cómo en medio de un huracán que parece devastar todo, podemos ejercer el autodominio en nuestro ánimo, si nos hallamos en momentos de cambios turbulentos que afectan con gran incertidumbre nuestra supervivencia, o nuestra calidad de vida?
De “la tal desolación” va a hacer un año, siendo optimistas, nos resta otro año más. El desconsuelo viene producido de forma generalizada por la pandemia del covid19, que en manos de científicos y políticos parece que de momento no somos capaces de controlar la batalla. Que nadie me diga que ahora sabemos más, porque perdiendo la compostura le espetaría que solo faltaría. El año pasado en febrero las personas que morían por covid19 o se contabilizaban como neumonías o como gripe común. Si aún estuviéramos así, sería para despedirlos a todos. Pero, aunque sepamos más, no sabemos ni de lejos lo suficiente para salir de esta pesadilla que está dando al traste con la vida, no solo en el sentido biológico, de muchas personas, demasiadas. Porque han perdido a seres queridos, porque otros han superado el virus, pero tienen serias secuelas, porque la economía se hunde casi como si nos halláramos en una posguerra, y con ella las posibilidades de subsistencia de muchos, las formas de vida y la esperanza. Más si tenemos en cuenta que no vemos la luz al final del túnel. Y no la vemos, porque aunque el proceso, algo pervertido, de vacunaciones se ha iniciado no hay certeza de que las vacunas de las que disponemos sean eficaces en la diversidad de cepas que están apareciendo del covid19.
¿Qué podemos hacer en esta situación? Nada más lejos que proponer “la solución”, tan solo una humilde perspectiva del papel que entiendo debemos jugar los adultos. En primer lugar, entender que las generaciones más dañadas serán los niños, adolescentes y jóvenes de hoy. Ellos tienen toda la vida por delante y se van a encontrar un panorama económico y social indeseable. Los que ya estamos algo granados, tuvimos nuestra oportunidad, también en situaciones de complejidad, de elegir y construir nuestra vida. Ahora nos queda ejercer de soporte, apoyo y tranquilidad a los que más desprovistos de recursos internos pueden sentir miedo, pavor, y en consecuencia reaccionar de formas muy dispares, que a los adultos nos parezcan incomprensibles. Eso no significa que no les ayudemos a hacerse conscientes de la realidad que viven y a protegerlos en una burbuja, eso solo los hundiría más a largo plazo, pero sí a rebuscar y abrirles horizontes donde es tremendamente difícil otearlos. Porque son nuestros hijos y nietos y las generaciones que recogerán esta catástrofe y es urgente que estén, no solo formados, sino preparados mentalmente.
En este sentido hago un llamamiento a los adultos y ancianos inmaduros que son un contraejemplo constante y egoísta, que solo velan por su propio presente y se desentienden de lo que ocurrirá después, incumpliendo las medidas de prevención, con las que se puede estar en desacuerdo, pero a parte de manifestarlo es tal vez un momento de hacer como el pueblo de Fuenteovejuna “todos a una”. Si cada uno brega a su criterio y beneficio individual, esta catástrofe adquirirá dimensiones mucho mayores.
Por último, denunciar una vez más que el ansia de poder y de acumulación de la riqueza y la hegemonía mundial está tras esta pandemia inesperada para los ciudadanos ignorantes, porque parece ser que “algunos” tenían cierta conciencia. Si seguimos por estos derroteros, no solo acabará con nosotros el desastre medioambiental y el cambio climático, sino que tal vez nos avanzaremos a esta catástrofe natural y nos aniquilaremos unos a otros.
Pensemos y actuemos, por una vez, más allá de nuestras narices y si es necesario sacrifiquémonos los adultos y mayores por las generaciones que vienen, porque es su derecho tener la oportunidad de vivir y de revertir el rumbo suicida que les hemos dejado. Voy más allá, cedamos incluso nuestra dosis de vacuna si es necesario, porque de los cincuenta en adelante deberíamos tener la generosidad de proteger a esas generaciones, sean hijos, nietos nuestros o no. Se lo debemos, porque la mierda de mundo que les estamos dejando no tiene nombre.
¡Basta ya de victimizar a los que somos responsables directos o indirectos del desastre de planeta y muramos con la generosidad que nos va hacer algo dignos!
PD: Este es mi blog personal y expreso lo que me parece. Admito divergencias, pero no entraré en conflictos y menos con quienes no dialogan, sino que de partida discuten e insultan. No me apetece, y a estas alturas puedo permitírmelo, perder el tiempo en algo que percibo con claridad…los primeros son los infantes, adolescentes y jóvenes.