Eso que llamamos mundo incluye una materialidad o una determinación física y, además, el cúmulo de sucesos que se entrelazan con más o menos fortuna para los individuos que lo habitan. Estos no son meramente pasividades sufrientes, sino agentes que interactúan con esos hechos y que manipulan esa materialidad buscando su provecho. Entre este devenir de modificaciones físicas, sucesos y acciones tiene lugar el acontecer.
Un acontecimiento es la desvelación de un algo nuclear que supone un punto de inflexión, un antes y un después de su aparición porque interviene de manera significativa en el mundo.
Ante lo descrito caben, al menos, dos actitudes: la de los que se sienten pacientes del acontecer y la de los que se concibe agentes. Los primeros sienten miedo a la libertad —como diría Eric Fromm— ya que no pueden asumir la responsabilidad de sus decisiones y de las consecuencias derivadas. Los segundos prefieren participar como sujetos a su propia conciencia de ser, y por la cual creen que sus decisiones y acciones son parte de ese conglomerado de intersecciones fluctuantes.
Ser pasivo —paciente— significa haber dimitido de vivir para sangrar por todas las vísceras del alma; externalizando la causa de nuestro dolor. Nietzsche reconocía que “(…) No la duda, la certeza es lo que vuelve loco…Pero para sentir así es necesario ser profundo, ser abismo, ser filósofo…Todos nosotros tenemos miedo de la verdad (…) [1]De tal forma que quien se cree sufrir por su inercia de no ser, no sabe realmente qué es el dolor porque no sabe qué es la vida. Esta está amigada con la certeza de la nada y el vacío, aun así y sobreponiéndose al miedo crece altiva. La pasividad lleva al sometimiento de lo externo y al ninguneo del sí mismo. Por el contrario, quien ha lidiado con la duda para aproximarse a la verdad es aquel individuo activo que ante el abismo no ha retrocedido, sino que ha profundizado en él, y ha resultado fortalecido por la certeza de una nada que —lejos de inhibirnos en el victimismo— exige elevar el alma para afirmar la vida con sus contradicciones internas, sus pulsiones y sus tendencias.
Lamentarse nos lleva a morir, solo luchar por superar ese abismo que nos amenaza con su presencia nos puede llevar a construir vidas, que adoleciendo de sentido intrínseco alguno, acaban constituyendo ellas mismas el único sentido.
[1] Nietzsche, F. Ecce Homo. (2011) Alianza Editorial. Trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid. Pp38-39
Fantástica entrada Ana; tal cómo nos tienes acostumbrados! Dejar de victimizarse para no vivir; y profundizar en las razones de las contradicciones mismas de la vida. Un muy buen fin de semana y un cálido saludo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
La vida es…nosotros…¿Somos?…besos al vacío desde el vacío
Me gustaLe gusta a 1 persona
Buena reflexión en estos tiempos recios.
Me gustaLe gusta a 1 persona