Pervertir el sistema o sucumbir

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Nos empecinamos en hacer lo que no podemos, como si la fuerza de nuestra voluntad pudiera transmutar lo que se halla fuera de nuestro alcance, nuestros límites. No hablamos de lo imposible como acontecer, sino de nuestra incapacidad de causarlo. Agotamos todas nuestras energías en gestar lo que no nos es posible y, paradójicamente, nos inhibimos de asumir y cambiar lo que sí se halla en nuestras manos. Somos deseo y por eso podemos nuestro empeño en lo que nunca podremos alcanzar. Algo así como si lo alcanzable nos decepcionase, porque lograr lo posible es matar el deseo.

De esta forma, prescindimos de lo que consideramos nimio, simple, como si fuese el objeto de una voluntad decadente que se siente satisfecha con lo que puede, e iniciamos un camino intransitable, frustrante, pero más estimulante, parece ser, para nosotros. Nos mueve reventar los límites que sentimos y afanarnos en obtener lo que, en principio, se halla lejos de nuestra potencia; convencidos por la intensidad del deseo de que podremos obtenerlo.

En estas circunstancias, despreciamos lo que puede llenar nuestra existencia de cierto sentido por considerarlo mediocre y agotamos el tiempo buscando lo que nuestra propia idiosincrasia nos niega. Caen los años, y al cabo nos apercibimos de que no solo somos una mediocridad, sino vacíos por incompetencia.

Quizás nos han inoculado el pavor a la mediocridad desde un paradigma del máximo rendimiento, y con la experiencia detectamos el relativismo de unos términos usados con propósitos ajenos, que nos han constituido como seres carentes. El mantra interior introyectado ha sido “siempre más”, y en esta vorágine caótica, entre lo que podemos y lo que nos exigimos, hemos construido una idea falaz de lo que somos como humanos y de lo que es relevante para vivir en una cierta armonía.

Esta situación clama el culto a la perversión que, depurada de su sentido moral, constituye un cambio en el estado u orden de las cosas como una urgencia imperiosa para desplazar la confusión en la que hemos caído. Los perversos anhelan lo más genuino, y esta autenticidad de quiénes somos debe ser el eje sobre el cual tejamos redes sociales que equilibren las tendencias destructivas y de cooperación que yace en el núcleo interno de todo humano.

La condición humana no puede ser exprimida para explotar un solo rasgo en beneficio de los poderosos, sino que las relaciones sociales solo pueden ser sanas para cada uno de los individuos si son el punto irrenunciable de partida de cualquier tejido social e institucional.

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