Regresar a momentos del pasado que han sido claves para nosotros, no nos permite modificarlos en modo alguno. Sin embargo, a veces, no podemos evitar que la imaginación recree situaciones de forma bien distinta a como sucedieron. Nos deslizamos mentalmente por esa otra manera de actuar o reaccionar que hubiese sido viable, pero no fue real. Y como si nos desplazáramos corporalmente, inclusive, reconstruimos acontecimientos tal y como hubiésemos querido que fuesen. Ese fantasear proporciona alivio en ocasiones.
No obstante, tenemos conciencia de que es un ejercicio de liviandad, un lenitivo que transforma por unos instantes la carga que todos arrastramos. Se acostumbra a decir que es mejor “vivir el presente” -carpe diem- saborear lo ínfimo, sintiéndolo con la mayor intensidad de la que somos capaces, como si no hubiese más que ese instante. Aunque este lema encierra ciertas trampas porque esa potencialidad de reforzarse en un momento radiante también exige superar las limitaciones de disfrutar que poseemos los humanos. Como ya se apercibió Epicuro hay un umbral de sentir placer que si traspasamos acaba derivando en dolor. Y, como bien sabemos, el sentirnos plenos es una fugacidad que rápidamente nos retorna a la realidad, al presente. A ese que hoy, como seguramente en otras épocas, no es demasiado halagüeño.
Entre ese pasado que querríamos re-crear y el presente que solo nos otorga briznas de satisfacción, el futuro nos asola con una incertidumbre que, por la experiencia reciente, nos causa pavor.
¿Qué actitud adoptar? Me temo que nos se nos abren demasiadas opciones que no sean nocivas, y que tal vez ser realista implique aceptar lo que ya aconteció y haber aprendido que, sean mínimos o no, debemos nutrirnos de instantes que nos lleven a cierta plenitud: una lectura, observar las reacciones espontáneas de un niño, una tarde en el sofá con la persona que queremos viendo una película para la ocasión, y un etcétera de acciones que junto con los que queremos nos hagan pasar un buen rato.
Puede parecer un acto de rendición conformarse con pasar un buen rato; por el contrario, creo que seguramente no todo el mundo está en condiciones de acceder a esos fugaces renuevos, y los que lo estén deben aferrarse a ellos como a un gran tesoro, porque la felicidad ha pasado a ser definitivamente una quimera reguladora de nuestra mente que no existe, más que como buenos ratos.
Tendremos otros muchos momentos en los que la interdependencia nos llevará a apoyar y sustentar a quienes están peor y son más vulnerables a padecer situaciones insostenibles. Los tendremos, o deberíamos tenerlos si conservamos un mínimo de sensibilidad ética. Obviamente no todo el mundo es susceptible de ser interpelado por el rostro ajeno.
Así que, espero que seamos capaces de alegrarnos de hechos mínimos que dejan de serlo en la medida en que nos retroalimentamos, unos humanos a otros, y finalmente sensibles, com-pasivos y una cierta luciérnaga en la oscuridad de los que más padecen.
¿Buenos ratos? ¿ Y las selfies que tomamos ignorando a nuestros semejantes? ¿ Y los likes a nuestra humana vanidad? Todas esas ofrendas a San Narciso son más que «buenos ratos», son eternos, estos filósofos que no ven ni el vaso medio lleno, ni medio vacío, es más, no ven el vaso…Mi otro Yo y su cruzada por San Narciso que no ceja…ni modos…besos al vacío desde el vacío
Me gustaMe gusta