¿ A QUIÉN LE IMPORTA REALMENTE LA POBREZA?

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A una semana vista del Congreso de Filosofía sobre la Pobreza, tres meses de dedicación y esfuerzo, me surgen algunos interrogantes que exceden lo que es el acto en sí.

(https://filosofiadelreconocimiento.com/2023/01/11/congreso-mundial-de-filosofia-sobre-la-pobreza/?fbclid=IwAR3BPsP7gxJKCUpgDmn_-LRfYA2bm64nq38RG07c8lCDmLaoqfqJ8goUQ1E )

Ha sido una iniciativa ciudadana, desde diversos lugares de Latinoamérica y el Estado Español, que se ha ido gestando en un foro filosófico a lo largo de más de un año de trabajo y que ha culminado con el deseo y la inquietud de ampliar el ámbito de reflexión a más ciudadanos del mundo. Además, hemos querido hacerlo presencialmente porque “los cuerpos importan” y, tomo prestada la expresión butleriana para significar que, el hecho de compartir espacio físico junto a los Otros nos une y quizás nos distancia, pero lo que parece evidente es que nos compromete por entero con la presencia y las interpelaciones ajenas. Esta reciprocidad es nuclear porque nuestra voz, no será solo propia, sino que estamos obligados a ser la voz de los que nunca la tienen, a ponernos en su lugar, a dar en el clavo con lo más urgente y relevante, sin perder el horizonte a vislumbrar sobre cómo sería posible una vida fuera de la pobreza para los que están padeciendo esta lacra, que deshumaniza, cosifica y menosprecia a ciudadanos a los que se les niegan sus derechos más básicos.

Bien pues en este gesto de voluntad de diálogo ciudadano hemos constatado la falta de participación de los políticos a los que se ha invitado -o expolíticos-. Todos tenían imposibilidades, es decir otras preferencias políticas que probablemente son más rentables electoralmente, o quizás en algún caso son ciertamente más importantes. No obstante, que los representantes de los ciudadanos no prioricen la escucha activa de los que tenemos que reclamar, cuestionar y denunciar los que legitimamos su cargo, dice muy poco de la auténtica legitimidad y salud democrática. El tema de la Pobreza no es cómodo. Y eso que no son los pobres los que acuden al congreso, porque esos obviamente tienen urgencias más perentorias que la reflexión y el diálogo y seguramente en muchos casos las herramientas culturales para enfrentarse a su propia situación desde una perspectiva teórico-práctico. Es muy significativo que los ciudadanos no seamos escuchados por aquellos que votamos para que nos representen, porque parece obvio que lo que de facto hacemos al votar es cederles poder para que hagan lo que consideren sin atender excesivamente a las demandas ciudadanas.

Sería injusto no reconocer que institucionalmente los poderes políticos entran en cierto diálogo o contraste con entidades, otras instituciones privadas que ofrecen un servicio público, que están mediatizadas por el apoyo económico que el representante de turno político acabará firmando o denegando. En este ámbito se produce lo que, personalmente, denomino politiqueo, es decir pactos implícitos con deudas no declaradas que todos sobreentienden.

Lo que me perturba es ¿Por qué los políticos no se exponen al Ágora democrática directa, de ciudadano a político, sin que medien representaciones institucionales que están en alguna medida “atadas de pies y manos”? No parece que el ruedo les parezca cómodo, porque en este no hay ningún tipo de filtro a priori sobre el contenido de lo que expondrán los ponentes y los asistentes, que acuden todos ellos gratuita y voluntariamente.

Después, claro está, el esfuerzo de que el mensaje del Congreso arribe a las instituciones políticas será un esfuerzo titánico, si es que llega a producirse.

Por su parte, hay medios de comunicación con una diversidad de miras, y que algunos hagan una apuesta por lo que parece ser una lacra que afrontar, admirables -entre ellos quisiera destacar a los medios de comunicación de la ciudad de L’Hospitalet y a Radio Mataró-. Los medios de comunicación con más poder como la televisión pública o privadas, y los periódicos de primer orden no se dignan ni a responder. Quizás porque las gestiones se han realizado mal, también porque comunicar con el quien es un misterio dentro de organigramas complejos, …quizás.

Para concluir el artículo, que no esta comezón que genera rabia e impotencia no resta más que preguntarse ¿A quién le importa realmente la pobreza? Y la respuesta parece obvia: a los pobres, que como tales no tienen voz, a veces ni voto, aunque si lo tuviesen de poco les serviría, y a personas que trabajan día a día -muchos profesionales vocacionales y voluntarios-para ver cómo algunos pueden superar, con apoyo, ese estado sobrevenido que no los define como ciudadanos, ni mucho menos como personas. Así es que, deseando que seamos capaces de que el diálogo del Congreso revierta en una mejora de la situación de muchos ciudadanos, quisiera expresar mi reconocimiento, admiración y gratitud a todos aquellos que dedican su vida, codo con codo, a luchar junto con los que se hallan en situación de pobreza y a no perder la esperanza ante el ninguneo de las instituciones públicas, privadas, ya sean políticas o medios de comunicación que buscan sobre todo audiencia.

Adjunto un relato que forma parte de una novela que muestra un caso ficticio pero veraz que como colofón puede ilustrar estas complejas situaciones de pobreza que suponen una complejidad de la existencia que va mucho más allá de lo económico -aunque este sea el que establece las bases definitivas-

De cómo el trabajo infantil dignifica

Las etapas de la vida son franjas de edad siempre relativas al contexto social y económico. Así, la infancia puede resultar finiquitada con anterioridad en ciertas capas sociales que en otras. Aunque, también es cierto, se puede intentar confundir al infante respecto al sentido de su trabajo prematuro, para que no lo interprete como una necesidad de mediocridad social.

En esta línea, cuando el padre consideró que los hijos tenían edad suficiente para iniciarse en el mundo laboral, les hizo compatibilizar un trabajillo de aprendices con sus estudios. Los candidatos preferentes fueron los dos chicos, que a sus doce años se incorporaron como ayudantes de camarero en un Frankfurt del pueblo. La niña mayor lo hizo, posteriormente, como aprendiz de peluquera con once años. 

Para los varones supuso una inmersión rotunda en el mundo de los adultos porque se vieron sometidos a igual exigencia, aunque a menor estipendio. Se acostumbraron a conversaciones propias de hombres malhumorados, mujeres que despotricaban de sus maridos, jóvenes que bebían porque no querían parar de beber, disputas futbolísticas que podían acabar en agresiones, ya que, en una dictadura, aunque fuese decadente, nadie osaba en público tocar temas comprometidos. También aprendieron, porque de eso algo ya sabían, a sisar parte de las propinas, sobre todo el chaval del rostro pícaro que iba enzarzándose en empresas cada vez más “sublimes”. La niña mayor, la que lucía un semblante engañoso, aprendió diversas tareas de peluquería, así como a planchar, y con la experiencia que tenía de su hermana pequeña, se hizo cargo puntualmente de los críos de la jefa. Conoció al marido de la peluquera –que ya existía antes de que Jean Rochefort lo catapultara a la fama. Era un tipo presuntuoso, narcisista y profundamente engreído que se paseaba por el corredor central del salón con la finalidad de ser admirado por todas las clientas –o eso creía él- A las empleadas les repartía guiños a diestro y siniestro, convencido de que esa era la máxima aspiración de estas. En especial de las menores, de catorce y once años, a las que sometía a tocamientos diarios en presencia o ausencia de las demás. La tercera empleada, de veintiún años, mantenía la compostura y seguramente el puesto de trabajo, con un gesto ambiguo. La chica de catorce años parecía divertirse entre risas y carcajadas intentando evitar las zarpas del marido de la peluquera, y la niña de once años no entendía qué estaba pasando, pero se le hacía especialmente hiriente cuando la asaltaba a solas en el cuarto de la plancha. De esta experiencia aprendió a guardar silencio. Adquirió la conciencia de que hay cosas que suceden que no se pueden explicar. Esta, en concreto, no sabía por qué, pero intuía que a sus padres no les gustaría, que tal vez creara problemas en casa y nada más lejos de su voluntad. Así es que se tragó el asco que le producía ese depredador y sintió lástima por la peluquera que siempre la trató bien, desde esa mirada huidiza y triste.

Solo de adulta fue capaz de ponerle nombre a lo que sucedió con el marido de la peluquera.

A. de Lacalle. “Híbrido” Editorial Adarve. 2018. Madrid.

Plural: 2 comentarios en “¿ A QUIÉN LE IMPORTA REALMENTE LA POBREZA?”

  1. Reblogueó esto en Andando tras tu encuentro…y comentado:
    Verdaderamente te importa la pobreza? O sólo sos consciente que existe; porque no te encuentras en esa situación o bien una leve sensación de solidaridad que dura un suspiro, te acompaña cuando ves o lees alguna noticia sobre ella. Eso es tan fugaz como un suspiro. Por ello le agradezco a Ana de Lacalle las reflexiones que nos deja en su blog Filosofía del Reconocimiento. Cordiales saludos.

    Le gusta a 1 persona

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