Hay sucesos que, al ser tan frecuentes y abundantes en el mundo, los normalizamos. Inundaciones, incendios, desastres naturales, en general, que arrasan con vidas y con la posibilidad de continuar haciéndolo en condiciones dignas. Podría enumerar diversos ejemplos que vemos a diario en periódicos y noticias. Entre estos sucesos, lo más cruel sea quizás la
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Estuve tiempo reclinada y rendida en la pared de una calle muy transitada. Mi espalda algo encorvada, la mirada ciega, y el bullicio sordo que invadía el espacio; un espacio sin lugar, solo cavidad indiferente que contenía individuos desplazándose azarosa y agitadamente. Allí, pensé sobre lo absurdo de la velocidad existencial, el vacío perforado en
Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ¡Ay! -pensé-. ¡Cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y
Si languidecemos, postrados y abatidos, en la contienda por sostener la dignidad de una vida que no precisemos ocultar a nuestros hijos, ¿qué les resta firme y con fundamento de nosotros? Y esa dignidad no es la de la virtud inquebrantable, que todos somos humanos, sino la de la honestidad y la buena voluntad que
Acaso sea la soledad de mármol infranqueable, que incapacita para anudar lazos que templen, esa ausencia de calor vital lo que precipite muertes biológicas ante vidas ya inertes.


