Las generaciones que vienen -jóvenes, adolescentes, niños- están siendo educadas en una especie de empíreo falaz. Provocamos se crean el centro del mundo, como si a éste le importaran algo, cada vez que satisfacemos caprichos reiteradamente, les espetamos un “no” absolutamente licuado que se desvanece al cabo de un breve lapso. Por un lado, los
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La ignorancia no consiste en la carencia de conocimientos acumulados, sino en la indiferencia, la falta de una actitud que se cuestione, pregunte e indague sobre lo que se da por supuesto, lo aparentemente obvio. Sometidos como estamos a la denominada postverdad -esa diversidad de microrrelatos elaborados con el propósito de validar lo conveniente para
Cabalmente, por naturaleza carecemos de certezas; pragmáticamente, presuponemos como veraz los rudimentos de nuestro conocer. Así evoluciona la especie, bajo posibles falacias que nos convierten en seres ambiguos y ambivalentes.
No todo lo que puede ser dicho debe decirse, porque no hay “verdad” despojada de emociones, ni “hechos” que por sí mismos den cuenta de lo significativo. A causa de la incontinencia verbal, se pueden generar falacias y distorsiones que para nada se ajusten a lo acontecido.

