Llovía con intensidad y rabia, aunque lo que se precipitaba desde el cielo más que agua parecían agujas finas y punzantes que los transeúntes esquivaban, o en su caso gritaban a causa del aguijonazo. Era como si se hubiese desatado la ira de dios, esa de la que tanto habla la biblia. La gente asustada
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En los vértices del mundo se halla siempre algún humano pendiendo, sangrando por las heridas que le han perforado su impertinente e insaciable necesidad de saber. Aquel que quiso conocer y, habiéndolo logrado, se quedó atravesado por la verdad: elevando nuestra capacidad de aprehender solo masticamos el absurdo y el vacío; una experiencia demoledora porque
Recupero, a raíz de las reflexiones que tuvieron lugar ayer en la MARATÓN FILOSÓFICA en relación a la cuestión del Perdón, un breve fragmento escrito en el año 2016. La relectura y revisión de este párrafo ratifica años después, que toda experiencia de la que no podemos distanciarnos para repensar su sentido y resignificarla para
Cuando el olvido pudiera desembocar en perdón y esa posibilidad desata la ira que bloquea la amnesia, solo queda la extirpación de los recuerdos, una cirugía precisa que mutile esa parte dañina. Si no hay olvido de facto, no hay perdón, aunque la fantasía de una intervención quirúrgica mágica pueda sugerirnos interrogantes sobre el sentido
La ira es un torbellino desbravado imposible de refrenar cuando el daño reavivado sangra impotente. Tras la ira, la culpa por equivocar el objeto de evacuación. Y así, ese ciclo redivivo oscilando de la rabia destructora al temblor.


