Recupero, a raíz de las reflexiones que tuvieron lugar ayer en la MARATÓN FILOSÓFICA en relación a la cuestión del Perdón, un breve fragmento escrito en el año 2016. La relectura y revisión de este párrafo ratifica años después, que toda experiencia de la que no podemos distanciarnos para repensar su sentido y resignificarla para
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Esta entrada fue escrita en octubre de 2019. Hoy, sumidos en la incertidumbre de nuestra propia permanencia en el mundo, la actitud de vivir cada día como si tal vez fuese el último puede aumentar la intensidad de nuestros gestos hacia los otros, y tratarlos con la dignidad que se merecen, ya que quizás no
La existencia se consume sin remisión, ni prórrogas indulgentes. Desconociendo su tiempo, no es procrastinar la más lúcida de las actitudes. Cierto es que no siempre lo pendiente está únicamente en nuestro campo de acción, pero sí que nos corresponde intentar lo que se halle a nuestro alcance, porque lo que resta en la conciencia
El fino filo sedoso que une vida y muerte debería conducirnos a la certeza de que aquello que postergue hoy, quizás no pueda ser zanjado mañana. Porque la ligereza que tenuemente vincula nuestra condición de ser puede diluirse abruptamente, sin previo aviso; como se despluman las aves mudando su plumaje, sin que en nuestro caso
El acontecer, como lo nítidamente acuciante que han causado otros por mala voluntad, no permite el olvido y, sin éste no es veraz el perdón dado ni público, ni privadamente. Quizás porque sin posibilidad de olvidar no hay reparación del dolor, y mientras el sufrir yace sumido en el llanto ¿cómo absolver a los culpables?
Hallarse en la encrucijada, reducida por la cotidianidad a gestos banales, de conceder un perdón no demandado, o sostener el estoicismo ante quien parece reclamar afecto, sin apercibirse de que recurre a las piedras que gestó, es el calvario pertinente de quien permanece acompañando en la muerte a un ser egocéntricamente enfermo, insensible o quizás
Cuando el olvido pudiera desembocar en perdón y esa posibilidad desata la ira que bloquea la amnesia, solo queda la extirpación de los recuerdos, una cirugía precisa que mutile esa parte dañina. Si no hay olvido de facto, no hay perdón, aunque la fantasía de una intervención quirúrgica mágica pueda sugerirnos interrogantes sobre el sentido
En cierto sentido un agravio exige para ser resarcido la oportunidad de expresar ante el responsable de tal agresión el malestar, el daño, y el mal sufrido. Quizás por la necesidad de visualizar cómo el rostro ajeno va empatizando y sosteniendo el dolor propinado, hasta sentir la necesidad, por la culpa punzante, de implorar
El resentimiento, en contra de lo que escriben algunos –para observar un aspecto obviado por la tradición judeocristiana hay que leer a Nietzsche- no se incuba únicamente en las relaciones de amor. Bien, al contrario, el odio y el resentimiento pueden surgir como reacción contra quien debiendo amarnos y cuidarnos –relaciones parentales por ejemplo- nos
Allá donde no cabe la compasión, porque no hay perdón posible, asoma sibilina la culpa del desprecio. Como si en algún recóndito lugar yaciera toda la pena, a borbotones resguardada, la que debería pertenecer al despreciado que nunca sintió, y la que hierve en quien cree no encontrar lugar, hoy, para el perdón.