Hace días en un acto, al que ya he hecho referencia en el blog, al que acudí a escuchar a Joan Carles Mèlich, éste afirmó, con convicción como de soslayo, que “el vacío y la nada no son lo mismo”. La cuestión, desde entonces, va pululando y acudiendo con insistencia a mi mente. De entrada,
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Los días se muestran porfiadamente sombríos como si de nocturnidades matizadas se tratase. Y en esa penumbra que rebosa de interrogantes inefables e irresolubles, bandeamos como títeres imprecisos en sus gestos que rastrean un algo al que aferrarse, acaso persuadidos de su necesaria presencia. Mas, agotados de esa liza dual: la búsqueda de una ficción
Las disquisiciones filosóficas sobre el Ser, desde las más antiguas, muestran la trascendencia de poder identificar la entidad de lo que predicamos que es; Esto, en la actualidad, constituye la estrategia más eficaz para discernir entre lo que parecemos ser, porque así se nos exige, y lo que auténticamente somos. La clave reside en un
Quienes consideran que la pregunta fundamental de la filosofía la formuló Leibniz al cuestionarse ¿Por qué hay algo en vez de nada?, no se remontan, de facto, más allá del problema sobre el sentido de la vida humana, y por ende de la cuestión principal que Camus expresó diciendo ¿Por qué no me suicido? Ambos