Ayer durante la entrevista y presentación de mi última novela con Humberto Romano y Francisco Tomás González Cabañas, alguien de los presentes -no recuerdo quién- hizo referencia a Albert Camus y el Mito de Sísifo. Me resultó muy sugerente en el contexto del diálogo y finalicé mi intervención con una frase popularizada y adaptada para
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Despunta el daño insistentemente infringido que la mente se ocasiona a sí misma. Una práctica interiorizada rebosante de culpa por una falta sin identificar, etérea. Ese océano de posibles motivos desborda cualquier posibilidad de redención, porque cuando se desconoce en qué se ha errado maliciosamente –el supuesto mal, aunque sea inconsciente, está presente, de lo
Decía el maestro Cioran: “Me parece que lo verdaderamente hermoso en la vida es no tener la menor ilusión y realizar un acto de vida, ser cómplice de algo así, estar en contradicción con lo que sabes. Y, si en la vida hay algo misterioso, es precisamente eso: que, sabiendo lo que sabes, seas capaz
“No hay forma más dolorosa de sentir la irreversibilidad del tiempo que a través del remordimiento. Lo irreparable no es otra cosa que la interpretación moral de esa irreversibilidad. El mal nos desvela la sustancia demoníaca del tiempo; el bien, el potencial de eternidad del devenir. El mal es abandono; el bien, un cálculo inspirado.
Quienes consideran que la pregunta fundamental de la filosofía la formuló Leibniz al cuestionarse ¿Por qué hay algo en vez de nada?, no se remontan, de facto, más allá del problema sobre el sentido de la vida humana, y por ende de la cuestión principal que Camus expresó diciendo ¿Por qué no me suicido? Ambos
Mientras vamos viviendo, acaso sea por la inercia de una indecisión, se alza sobre nuestras cabezas la espada de Damocles, asida por la mano de Camus, esperando la respuesta sobre si vale o no la pena vivir. El pulso firme y paciente caduca, cuando pasado el tiempo y consumida la vida sea absurda cualquier respuesta.