por Ayer, día 12 de noviembre, tuve el placer de asistir a la recreación y reconocimiento de una gran trayectoria profesional y vital, la de Carlos Villarrubia. Poeta, periodista, letrista de innumerables cantantes y vocacionalmente un enamorado de la vida, ha viajado por todo un abanico cultural que incluye también radio y televisión, pero que sobre todo demuestra la artesanía polifacética de este gran artista.
En la biblioteca central Tecla Sala de L’Hospitalet nos reunimos amigos y admiradores de Carlos, y tuve el honor de decir unas palabras, que por los nervios y la inquietud de no ocupar demasiado tiempo me olvidé de leer un fragmento de su poemario “El niño del tobogán”, al que muchos hicieron especial alusión indirectamente al recitar algunos poemas.
Querría reproducir aquí ese fragmento para completar esas palabras sobre Carlos que se me quedaron atascadas en un lapsus, aunque llevara el libro entre mis manos:
HORAS SIN SABOR A NADA
Luces de un faro interior, casa más allá de la niebla. Hay un universo y tal vez eres tú; reconozco la calle, me repliego en las esquinas y El niño del tobogán celebra, con dulce sosiego, el reencuentro. En realidad, soy yo, pero no desdoblado en la metáfora de lo que fui. No, con el paso de los años, lo comprendo con total claridad. La mitología del niño que no se desprende de nosotros, no deja de ser la faz más golosa de una fatal melancolía. Porque siempre renacemos, a cada paso del camino. Porque siempre somos nuevos niños del tobogán del ensueño, inaugurando más en la vida. Nuestra mirada se aventura hacia el más allá, nunca juega a ser estatua de sal. Lo que teóricamente perdemos con los años, es lo que ya le sobra a la memoria, porque lo ha sentido, remodelado, adaptado y convertido en nutriente existencial para el eterno camino.
Villarrubia, C. El niño del tobogán. L’Hospitalet forever. Ed. Dédalo. 2021
REFERENCIAS ANTERIORES:
FILOSOFIA DEL RECONOCIMIENTO 