Hay dichos incorporados a nuestro imaginario colectivo que acostumbran a guardar lo que la experiencia ha producido en nuestras mentes, otros de estos dichos los incorporamos llegando incluso a olvidar su origen. En estos últimos, quizás, se hallen dos elocuentes frases que dicen: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver” y “No hay peor sordo que el que no quieres oír”. Los cito aproximadamente porque ni tan solo los recuerdo con exactitud, y me parece que o incluso alguno de ellos es una cita evangélica. Pero ahora eso es lo de menos.
Lo que pretendo es destacarlas para reformularlas, no como un simple matiz irrelevante. Entiendo que el mayor ciego es el que no puede ver y el peor sordo es el que no puede oír. Obviamente, esta vuelta aparente a lo que se supone que es la literalidad de la frase constituye una metáfora significativa. No poder, no es no querer, es padecer la imposibilidad de ver lo que hay de la manera más objetiva de la que somos capaces, contrastando con los otros y escuchándolos; lo cual es más gravoso, porque el querer puede ser modificado, pero el poder tiene más difícil modificación. Se requiere primero un reconocimiento de la propia impotencia, y después el deseo de superarla.
De ahí que vivimos rodeados, y nosotros somos, a menudo, uno de ellos de ciegos y sordos que no pueden ver, ni oír y esa carencia ocasiona conflictos que se enquistan y resultan irresolubles.
Opacité totale d’un univers orphelin de toute approche. Ainsi tourne la terre au ralenti…
Quelle infirmité qui interdit absolument la compréhension et conduit vers la fin sans rémission.
Chacun se sentant non concerné en regard du temps qui reste pour tenir l’abri personnel actif…
Je n’imagine pas comment ça arrêtera le dernier jour, Ana, impossible…
Me gustaLe gusta a 1 persona