Hay dichos incorporados a nuestro imaginario colectivo que acostumbran a guardar lo que la experiencia ha producido en nuestras mentes, otros de estos dichos los incorporamos llegando incluso a olvidar su origen. En estos últimos, quizás, se hallen dos elocuentes frases que dicen: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver” y “No
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Aquel que espera al otro en el barrizal fangoso de la ambigüedad, tal vez no halle a nadie dispuesto a sucumbir en el desatino infinito de lo dicho y actuado. Solo puede exigirse lo que se ofrece y da.
La comunicación es inviable ante el silencio opaco de quien no desea ser interpelado.
Desprovistos de forma de lenguaje compartida, en cuanto a finura de significado se refiere, somos víctimas del propio alarido atemorizado que expulsamos al sentirnos mudos e incomunicados.
Si al retumbar huecas las palabras no hay más que soledad, simultáneamente se cercenó la posibilidad de conexión y de abandonar ese estado de autismo transitorio.
Estamos antes la declinación neutra, la que de hecho no declina en absoluto y genera incomunicación por incomprensión de lo manifestado. Nos vemos, unos a otros, sin alcanzar a mirarnos, y suponemos elucubramos sobre el trasiego mental ajeno, para darnos de bruces con la oscura ignorancia. Y así, solo la compasión circula fluida entre los