La precariedad y la carencia han sido cuestiones frecuentadas en mis artículos implícita o explícitamente. Pero, tal vez no he incidido frontalmente este binomio que tiene diversos aspectos, aunque un factor común: la necesidad. Sobre el término necesidad la RAE recoge tres acepciones que están nítidamente vinculadas con su origen etimológico latino: de necesse, inevitable.
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Raro es sentir saciada la necesidad. Porque como carencia tiende a la elasticidad y a fagocitar toda sustancia destinada a colmarla. Así, devenimos seres cuya idiosincrasia es la escasez, y esa falta infinita es la plataforma sobre la que se catapulta el capitalismo; metamorfosea la necesidad para que sintamos el impulso de calmarla con el
El narcisismo que terminar por coronar a un intelectual, no es más que el síntoma de la imperiosa urgencia de ser reconocido como tal: alguien con un rango superior a la mediocridad que ese sujeto desdeña con arrogancia. Así, toda potencia brota de una carencia previa, en el caso referido, la posibilidad de ser
Yace, tras la apariencia, un lamento inconsolable por la carencia, por lo que debió ser, y no fue.
Por cada instante que demoramos una expresión de amor, cavamos pozos de resentimiento desproporcionados –por miedo- en relación a la negativa dada. Acaso porque la carencia deja rastros imborrables.
Somos aspirantes a una plenitud fantaseada, y en consecuencia pura carencia de un fracaso anunciado.
Aquel que se desgasta en gestos de finalidad político-social, deambula delimitando su no-ser, pero padece el síndrome de la deficiencia de ser, incapaz de decir o mostrar quien es. La carencia de identidad, no acotada por negación del no ser, es una de las fragilidades que más vulnerables hacen al individuo actual, ávidos y susceptibles
