“El mal nos desvela la sustancia demoníaca del tiempo; el bien, el potencial de eternidad del devenir. El mal es abandono; el bien, un cálculo inspirado. Nadie conoce la diferencia racional existente entre uno y otro. Pero todos sentimos el doloroso calor del mal y la frialdad extática del bien.” Cioran, El ocaso del pensamiento
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No dispondremos de capacidad alguna que no hayamos ejercitado con ahínco. Ni de su práctica mediocre, ni por ende de su excelencia. Así, el arte no es nunca producto de un don divino o mágico con el que se nace, sino la obra de una exquisita sensibilidad pulida, esforzada, trabajada que una y otra vez
El gusto por “lo bello” es el regocijo de una sensibilidad indiscriminada que se reconoció degustando lo más ruin de lo dionisiaco. Huyamos de la estética como refinamiento, ya que quien gusta por su sensibilidad está expuesto a cualquier paladeo.
Lo bello surge de la sensibilidad que genera emociones placenteras, lo siniestro de la que se irrita y produce emociones de rechazo y repulsa. Siendo la sensibilidad el anclaje de la estética, su reflexión debe aprehender las condiciones en que es posible una experiencia sublime.