Cuando pensamos lo humano, tendemos a ver en la cultura el rasgo distintivo respecto de otras especies. La cultura parece ser aquella diferencia específica, propia, que revela lo más genuino del ser humano.
Sabemos que fue la evolución biológica la que posibilitó, gracias a la aparición de la racionalidad y el lenguaje, la cultura. Ésta se presenta pues como el conjunto de respuestas no previstas genéticamente que el hombre idea con el propósito originario de adaptarse más eficazmente al entorno. La cultura es por un lado la manifestación más evidente de nuestra libertad, de nuestra capacidad de decidir y actuar según nuestra voluntad. Pero también se presenta como el conjunto de pautas que moldean al humano para distanciarse al máximo de su animalidad y desplegar lo que propiamente debe ser considerado humano. Esta doble vertiente en la que nos sitúa la cultura parece ser relevante respecto de lo que sería la naturaleza humana.
Así como la posibilidad de producir cultura denota la posibilidad de nuestra libertad, a su vez la cultura producida establece, siempre y en todo lugar, un modelo a seguir de lo que se considera propio del ser hombre: aquellas conductas que nos hacen más humanos y aquellas más propias de las bestias.
Ahora bien, la libertad y su ejercicio incluyen la posibilidad de alejarse del ideal moral cultural pautado; ¿Diríamos, pues, que aquellos que no se ajustan a lo que supuestamente es humano, no lo son en absoluto? Los asesinos, psicópatas, marginados….
La paradoja reside en el hecho de que definir lo humano en términos morales, implica excluir de la humanidad a los inmorales, a los que actúan en contra de la moral imperante. Pero eso resulta insostenible, por lo cual se evidencia la necesidad de definir lo humano desde parámetros no valorativos, de entender qué es lo humano sin caer en juicios morales, sino desde sus capacidades o posibilidades, con la finalidad de incluir en lo humano, todo aquello de lo que somos capaces: el supuesto bien definido en el ideal moral de lo humano y el supuesto mal que se aleja del ideal.
De esta forma, la capacidad para la cultura sería un rasgo distintivo del humano, pero llenar de contenidos el sentido o la dirección de esa cultura implica el riesgo de sesgar la naturaleza humana desde una perspectiva moral concreta.
Por esta razón la expresión naturaleza humana cae en desuso por parte de muchos filósofos que buscan huir de un esencialismo que define a priori qué ser moralmente un humano. Solo resta referirnos a la condición humana como un conjunto de rasgos que determinados biológicamente posibilitan a esa especie al desarrollo de una serie de capacidades o habilidades, sin juicios éticos sobre los que despliegan su potencia o los que lo hacen parcialmente.
Ahora bien, podía parecer que definir lo humano como posibilidad no es propiamente una definición –en el sentido de acotar claramente lo que el concepto incluye- Por eso hay quien niega que no haya naturaleza humana o que no puede ser definida. Lo cual no puede hacernos caer en la trampa de negar unos rasgos biológicos, definidos genéticamente, que hacen de nosotros un humano y no otra especie, aunque el uso que hagamos de esa posibilidad que somos dependa, en parte, de nuestra supuesta libertad, de nuestras decisiones y elecciones. Y, matizo, en parte, porque restaría ahora una reflexión profunda sobre la noción misma de libertad, ya que aquí ha sido considerada solo en el sentido de posibilidad, la cual queda menguada o suprimida por factores externos e internos, pero fuera de nuestro control.
En conclusión, si el hombre posee una condición que le capacita o posibilita para razonar y actuar, asoma el interrogante de hasta qué punto en ese contexto sociocultural y económico que hemos ido fraguando, nuestra condición puede desarrollarse o hay límites nada arbitrarios que encauzan hasta qué punto y qué uso hacemos de esa potencialidad que nos caracteriza como especie.
No quisiera acabar esta actualización del artículo sin recordar que durante tiempo se consideró que la oposición natura/cultura había quedado obsoleta, porque el hombre es por naturaleza cultura. No obstante, la crisis ambiental que nuestra acción ha desencadenado en el plantea puede volver a llenar de cierto contenido ese binomio. Por otra parte, la ideología[1] transhumanista apostaría por hacer de lo humano un ente lo menos natural posible, ya que entiende que la tecnología nos permite superar esas limitaciones que nos proporciona nuestra condición natural.
[1] Uso el termino ideología con todo su significado marxista, es decir, aquel sistema de ideas que tienen el propósito de convencer tendenciosamente de que el tránsito del humano al post-humano es la gran culminación de la especie; perspectiva que está al servicio de los más pudientes y privilegiados.
Toda ideología es un intento de «adoctrinar» a los demás en lo que se cree que es la verdad absoluta, que por supuesto es la suya.
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Dogmatismo puro y duro, gracias Manuel por pasarte y comentar
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