Creemos necesitar el silencio cuando nos sentimos atribulados por el ruido habitual que nos envuelve. Ansiamos desaparecer, restar en el anonimato para permitirnos el privilegio de no debernos a nadie. Sin embargo, tropezamos con la dificultad interna de difuminarnos; queremos y nos dolemos por ello. Y en ese vaivén confusional testamos lo doloso, esa doblez que nos ha sajado el alma y que esperamos suturar en ese tiempo de descanso, en el que a menudo es harto complicado reposar.
Es un estado semejante a la pérdida de uno mismo en el que parecemos existir para los otros, sin apercibirnos que solo siendo nosotros alguien nos añorará en nuestros lapsos de recogimiento.
Está claro que ese desaparecer puede que no sea del todo sincero por eso como señalas buscamos cerrar un ojo para esperar con el otro el ser reconocido .
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Pues sí, la mirada nos traiciona….
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