La tristeza es un fluido que nos determina, a cada yo y al otro como influjo inherente a ese yo. Es una determinación, entre otras, que nos constituye como humanos y que se despliega en la interacción con todo Otro -aunque el individuo humano no tenga el mismo estatus de otredad que el resto de
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Creemos necesitar el silencio cuando nos sentimos atribulados por el ruido habitual que nos envuelve. Ansiamos desaparecer, restar en el anonimato para permitirnos el privilegio de no debernos a nadie. Sin embargo, tropezamos con la dificultad interna de difuminarnos; queremos y nos dolemos por ello. Y en ese vaivén confusional testamos lo doloso, esa doblez
El coraje de decir no se adquiere desprendiéndose del miedo a lo ajeno. Aquello real o imaginario que emana exigencias de lealtades infinitas y acaba apisonándonos el alma. Aprender a responder con un no, ante demandes insaciables o indignas, o simplemente contrarias a nuestro querer, es el acto más elevado de afirmación de la propia
Desovillando amasijos de emociones, desnaturalizadas y mutadas, nos rebuscamos sin lograrlo; quizás porque tras estas nos guarecemos, inconscientemente, para no hallarnos jamás, urdiendo la legitimidad de nuestra confusión identitaria y nuestro oculto deseo de no vernos jamás.
La alteridad se opone a yo posibilitando la propia identidad, pero a la vez afirmando las carencias de ese yo identificado que, desde esa condición de ser limitado, necesitará interactuar con el otro, el cual a su vez será siempre un eco de la oposición primaria. El conflicto está servido.
El trato que otorgamos a los otros desvela nuestro lugar en el mundo.