Las pérdidas son rupturas radicales que nos desgarran por dentro. Hay pérdidas necesarias que nos permiten separarnos de quienes nos han cuidado desde el nacimiento, porque solo dejando atrás esas figuras protectoras podemos crecer y ser autónomos. Lo cual no significa que no sean dolorosas para ambos. Hay otros quebrantos que ni son necesarios ni
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La presencia interiorizada del otro, el ausente, quizás se sienta como necesidad, falta o carencia. Mas si el estar en la mente se percibe como vacuidad ¿qué reparación de la pérdida se produce? Ninguna, tan solo una llaga vívida ante la que solo nos resta procurarnos el olvido del otro. Seguir existiendo como si nunca
Las pérdidas son de una fisonomía supinamente elástica; sus manifestaciones eclosionan mediante rasgos dispares y diversos, hasta el punto de que tenemos dificultades para reconocerlos como síntomas o réplicas de una misma y única realidad: esa falta o carencia de lo amado e indispensable. La ausencia de lo extraviado puede horadar el alma, dejando tras
Los años llenos de la presencia de alguien nunca son baldíos, aunque en un desgraciado instante pese más la incomprensión mutua que el deseo de no ser el otro ausente, que se esfumó y ya no sabemos ni el porqué.
Que un dolor no pueda ser re-conocido por nadie más que quien lo padece, que a quien sufre se le diga que no es re-conocible su dolor, le condena al pozo de la soledad más cruda, al silencio exigido por la incomprensión. Ya, en esa guarida húmeda, se recrudecen las ausencias y los silencios reverberan


