“Todo resulta ser cierto. ¡Oh luz, que sea esta la última vez que te contemple! Yo, que he nacido de los que no debía, he tenido relaciones con los que no debía y he dado muerte a quienes no debía” SÓFOCLES, Edipo rey, 1183-1187 El mito de Edipo[1] se construye sobre la ignorancia: la de
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Cuando las coincidencias son persistentes, nos acecha la alargada sombra de un destino que cercene nuestra capacidad de ser, y evidencie la condición de sujetos pasivos que no son auténticamente.
Si no atendemos al tímido palpitar de un rostro que, sin palabra alguna, despliega poemas trágicos de un vivir que se inicia excesivamente crudo y agrio, ignoramos el principio del mal enredándose como una hiedra en las entrañas de los que vienen a ser, aunque el destino parezca negarles su posibilidad y devengan supervivientes en
Tras el esfuerzo ímprobo de no ser como zutano, acabamos encarnando paradójicamente el papel de la triste figura que tiznan de loco o de carga insoportable. ¡Qué cínico el destino o qué azar tan desnaturalizado!
La carencia absoluta presenta rostros descarnados en aquellos que mueren de inanición, esta es, a su vez, la versión más cruel de la desigualdad e injusticia entre los hombres. La penuria presenta grados diversos según la geografía mundial, pero siempre es la consecuencia de un sistema de económico que de base implica un reparto injusto
Quien se escuda en el destino, amaga su cobardía y elude su responsabilidad.
Un dragón de dos cabezas que, tras robarte la sombra, exhala su aliento en tu nuca. Cada morra un eco sarcástico y añejo, que porfiadamente y sin opción a réplica, en macho y en hembra, escupen un destino, fraguado entre ambos para ti. Hoy, en la ambigüedad de todos los umbrales, reaparecen para recordarte quién