En un arrabal anexo resguardo discretamente la pena, inhumada como si hubiese fenecido a base de ignorarla. Y nadie piense que se apoderó de mí la vergüenza o el pavor de traslucir debilidad ante los fisgoneos ajenos. No, es mi propio temor por sentirme poseída y embadurnada de brea líquida; esa que ennegrece el alma
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Quien se fortifica deviene un individuo centrifugado en su ego y, probablemente, muy selectivo en el trato social. De entrada podríamos pensar que esta posición es una repulsión narcisista, que enalteciéndose a sí mismo desprecia lo otro. Pero, quizás erraríamos sin apercibirnos de que el narcisista precisa del reconocimiento ajeno para sustanciarse, motivo por el
Hay batallas que se lidian en la mente bajo el inoportuno martilleo de una amalgama de ideas inconexas. La presión externa posee tal intensidad que nos mantenemos ateridos, casi inertes ante la posibilidad de una implosión que esparza nuestros sesos por doquier. Ante tal circunstancia, refugiarse en el lecho con Morfeo, auxiliados acaso por algún
“(…) Los ciudadanos están convencidos de que los protege el Estado, y así es normalmente, es lo fundamental, nuestra prioridad, doy fe de ello. Pero lo que ignoran es que, si esa protección lo requiere o se resisten a ella (si yerran de mala manera), se impide que estorben y se los anula. ¿Cómo? Se
Con un afán huracanado extiendo todo lo que en mí puede prolongarse para cubrirte el alma, y evitarte no la vida sino su aspecto lacerante. Así, expío mi culpa, incapaz de sostener la tensión e incertidumbre que requiere tu propio diálogo con la existencia.