Imagen extraída de google, sin poder identificar autor. Quienes recaen cansinamente en los mismos errores no es que sean ineptos para aprender. Antes bien, cabría considerar que algún rincón de su mente con poderío y pujanza no los reconoce como tales. Lo que los otros juzgan como un desacierto flagrante para ellos es una estrategia
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“¿No sería mejor dejar a la muerte, en la realidad y en nuestros pensamientos, el lugar que por derecho le corresponde, y sacar a relucir un poco más nuestra actitud inconsciente hacia ella, que hasta el presente hemos sofocado con tanto cuidado? No parece esto una gran conquista; más bien sería un retroceso en muchos
La nebulosa onírica, que como fulgores oculares atisbamos como una reminiscencia resistente, advierte de angustias y desesperos que moldean nuestro sentir, a menudo indiscernible. El vano afán de retener y delinear esos breves y escuetos destellos nos abruma, porque donde hay voluntad de nitidez y veracidad, junto con la impotencia de ese vago recuerdo, se
El contenido inconsciente que, a menudo, aparece simbólicamente expresado a través de los sueños, nos muestra aquello que ciertamente corroe nuestra vida mental provocándonos un malestar indefinido. La dificultad reside en que su contenido explícito no es sencillo de descifrar para alcanzar ese significado latente, que es lo que puja por amanecer en la conciencia.
Aquello que se nos desvela por la fuerza de las pulsiones puede generarnos contradicciones, rechazo y autocensura que exigirá, por lo tanto, el esfuerzo de vivir, de resistir, como si nada supiéramos. Pero esta posibilidad no es más que una falacia apaciguadora que nos permite soportarnos y que se va desmoronando conforme esas pulsiones se
Reverberan nebulosas oníricas porfiando ser explícitas y transparentes, para ser miradas, tratadas, aprehendidas y nítidas. Sin embargo, una resistencia desmesurada obstruye ese resurgir que a gritos mudos brega, manteniéndolo entre la bruma, turbio y confuso para no conocer, lo que tal vez deba ser ignorado.
Añoramos aquello que recordamos como idílico, aunque nunca nada se diese así. Y es, tal vez, una trampa mental urgida con destreza inconsciente, para sostener una esperanza que, siendo falsa, funcione como aliciente vital. Así se despliega el entramado de una mente que siente la exigencia de permanecer, en un mundo caduco.
Era tenue y lánguida la resonancia de los recuerdos al renacer del sueño que, sin embargo, difería abruptamente con un regusto ácido carente de imágenes legitimadoras. Ese resabio la regresaba reiteradamente a esa vaga reminiscencia, inconscientemente, contra su voluntad, como si hubiese una perentoria necesidad de hallar la fantasía que matara el regusto que perforaba