Despechados por algún supuesto ninguneo, arremetemos como un astado desbocado contra todo lo que se halla en la intersección de nuestro envite. Sin discriminación y menos aun discernimiento. Necesitados de un objeto en el cual verter nuestra vanidad herida, regurgitamos ira, rabia y deseos de venganza. Y esa tensión nerviosa y muscular revierte en un
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Hace días, Julio Dustral me surgirió –o quizás retó- “No estaría mal explorar los fundamentos que racionalmente puedan invitarnos a seguir viviendo. Atrévete en uno de tus artículos” y he recogido el testigo para intentar analizar la viabilidad de la propuesta. Lo inmediatamente ilustrativo me parece reconvertir el supuesto en pregunta, es decir ¿puede haber
«No hay forma más dolorosa de sentir la irreversibilidad del tiempo que a través del remordimiento. Lo irreparable no es otra cosa que la interpretación moral de esa irreversibilidad. El mal nos desvela la sustancia demoníaca del tiempo; el bien, el potencial de eternidad del devenir. El mal es abandono; el bien, un cálculo inspirado.
Rebelarnos contra nosotros mismo es resquebrajar la base sobre la que nos fundamentamos. Una cosa es la pasividad y el conformismo, otra la imposibilidad de aceptar desde donde nos hemos construido. La dificultad reside en que asumir ciertos aspectos exige un reconocimiento no solo de inteligibilidad, sino emocional, y tal vez ahí es cuando restallan
El ajedrez no es un juego exclusivamente memorístico, como afirman algunos basándose en la evidencia de que un ordenador llega a resultar invencible por la capacidad de guardar datos sobres las múltiples posibilidades de movimiento, que se van abriendo con el desarrollo del juego. De hecho los humanos no jugamos entre nosotros como si el