Si de nada sirve un soponcio derivado de la frivolidad de un gesto, ¿para qué padecer una corajina por la insustancialidad de otro, nítidamente ajeno? Más avispado es quien retorna indiferencia, es decir no reacciona ni se afecta, a la veleidad de aquel que carece de subjectum, y no puede ni vislumbrar en qué consiste
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Si un artista encarna la frivolidad, aunque sea mediante la máscara que le gusta aparecerse, ¿no resulta cínico que su retórica censure lo frívolo como impropio de la autenticidad del arte?
Cuando nos interesa nos transformamos en frívolos ingenuos que, pasando como si fuesen charcos, por encima de todas las miserias y tragedias humanas, nos damos una tregua de realidad para celebrar ritos tribales que parecen reconfortarnos. Podemos sorprendernos de la solemnidad de quien no se va de fiesta porque le cuesta olvidar, pero con sano
Hoy, día de los Inocentes para la cultura cristiana, debería ser un encumbramiento de los que auténticamente han padecido el mal sin merecerlo por gesto ni obra alguna. Pero, el vicio de tergiversar lo acontecido para ponerse al servicio del capital, lo ha transfigurado en una fiesta de mofa, burla y cinismo a costa del
Si cunde y se escampa la frivolidad por doquier, es que soportamos mucho miedo o, casi más rigurosamente, no podemos ya soportarlo.
La ironía es un recurso exquisito que hay que saber utilizar con elegancia. Un uso burdo se estampa contra la frivolidad o aún peor con el cinismo. Lo frívolo nos convierte en insustanciales, lo cínico en perversos, mientras que lo irónico, ajustado al contexto en que pueda ser entendido, en críticos agudos y punzantes.
Platón aseveraba que el hombre sabio –el que sabe vivir- es aquel que se prepara para morir. Esta convicción lleva implícita una creencia de una vida post-terrenal mucho más elevada que la que conocemos. Solo así se justifica que nuestra vida, aquí y ahora, esté orientada al “después”. No obstante, creo haber observado que la
Se puede malograr la vida con el sugestivo aleteo de una bien ornamentada mariposa, que despierte interés, popularidad entre los suyos, seguidores en las redes sociales y un instagram lleno de “selfie’s” con admiradores fugaces. Pero, ¡qué lástima! No vivir la trágica profundidad de los acontecimientos que van desvelando lo poco certero que tenemos. Así,
Saturados de maldad e incapaces ya, de metabolizar la propia y la ajena, el humano del S.XXI convulsiona y vomita ante la posibilidad de reconocerse en algún artefacto artístico como Lucifer; Temiendo que el arte disponga, por naturaleza, de una función especular, no soporta re-conocerse, porque se conoce. Sabe del dolor, la maldad, el salvajismo
No sabemos qué hacer, ni cómo manejar viejos términos que tienen reminiscencias de épocas anteriores y que, por ello, nos parecen despreciables. La palabra espiritualidad, por ejemplo, remite a muchos a los lazos religiosos impuestos durante años en el Estado Español; nos cuesta disociarla de esta connotación y apercibirnos que de forma genérica significa: conjunto