Todo el secreto de la vida se reduce a esto: no tiene sentido; pero todos y cada uno de nosotros le encontramos uno. Cioran, El ocaso del pensamiento Trágica ironía de la existencia humana es que sin poseer en sí misma sentido, todos le encontremos uno. Pero discrepo de esta última apreciación, pues no se puede
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Seguimos respirando, evitando los jadeos, mientras esperamos pacientes que todo llegue a término. Es la tregua concedida a la existencia para que se legitime: que aflore el sentido velado de poseer autoconsciencia sin atisbar ni propósito, ni fin; como si pudiera uno sostenerse por inercia, cuando la noción del sí mismo exige sediento un relato
“Afortunado aquel que conserva un deseo y una aspiración porque podrá seguir pasando del deseo a la realización y de ahí a otro deseo, y cuando ese tránsito es rápido aporta felicidad, desgracia cuando es lento. Por lo menos no se sumirá en un estancamiento espantoso, paralizante, un deseo sordo determinado, un abatimiento moral”
Nos requerimos para dar respuesta convincente sobre qué ocurre cuando parece no suceder nada. Y atónitos, por la disociación, conjeturamos que tal vez el acontecer más evidente sea -en esa aparente circunstancia del no suceder- la vorágine interna que se genera en busca de un sentido apropiado de la quietud.
De hecho, sostenemos el peso de la realidad desde una existencia minimalista, que sin Dios, sin verdad y sin valores absolutos, renace a un tipo de vida sin muletas. Es decir, aquélla resultado de la voluntad de no conformarse con existir como los vegetales, sino de bordar un vivir con sentido propio. Solo así podemos
Si el humano es solo un existente, su vida le pertenece en la medida en que no hay proyección ulterior, él dota de valor y sentido a ese hálito material y lo despoja del vivir sino lo considera digno.
Se abre el día y se despliega en toda su extensión como excesivo, sobrado. A quien le falta el sentido le excede la vida.
Al margen del debate existencialista sobre si la existencia precede o no a la esencia, cruje actualmente la distinción entre esa existencia y la vida. Porque podemos parasitar con una existencia que haya constituido lo que somos –nuestra esencia- habitando el mundo como zombis, vacíos del sentido que hace del existir vida.
Si aquello que denominamos Ser, que algunos entienden como algo inapelable e inefable “ubicado” más allá de lo existente, pudiera darse como contraposición en cada particular existente –sin el cual no sería propiamente- las elucubraciones, sobre lo que sucede tras la muerte, se simplificarían. Cierto es que la aceptación de un final abrupto y sin
Vertimos todos los esfuerzos y refuerzos en el empeño de sostener la dignidad vital, hasta que “algo” nos revela interiormente que: o la vida es meritoria por sí misma o ¿por qué acreditar un hecho biológico que nuestra conciencia nos condena a solemnizar para poder transitarla? El infierno del hombre es la autoconciencia, no hay