Agrietado el poder de la intuición, ante la opacidad de lo que hay, tan solo nos resta la elucubración circular que, por esa índole cíclica, nos enreda en un laberinto obsesivo de incomprensión, y, esta última, nos condena a la angustia que –como Heidegger afirmó- no es más que el testimonio de la presencia de
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Si obviamos la falta de distancia entre el objeto y el sujeto, tropezamos con la falsa creencia de que para el humano puede haber algo distinto de su representación del mundo. De hecho, actuamos orientados por esa percepción sensitiva e intelectual del mundo, no en un mundo en sí que, si lo hay, no pertenece
Si no hubiese un algo inefable, el lenguaje y con él nuestro pensamiento agotarían en su estructura, toda naturaleza. Entendiendo que ni la experiencia perceptiva ni, más relevante, la racional avalan esta perspectiva arrogante, seguiremos balbuciendo aquello que con dificultad atisbamos, e ignorando todo lo otro.
Si conocer implica aprehender lo esencial de algo, es obvio que la cognición es una quimera en la medida en que la esencia, lo que ese algo es en última instancia no parece posible en un existente sujeto a cambios constantes. Vadeamos tanteando lo incognoscible.
“La razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos de conocimiento, de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la razón, pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar todas sus facultades.” Kant, 1ªed.Crítica de la Razón Pura. Y así nos perpetuamos,